El estreno lorquiano de Alberto Carretero
Poeta en Nueva York | Una ópera de Alberto Carretero
El próximo jueves 12, el Espacio Turina presenta el estreno de 'Poeta en Nueva York', la tercera ópera del compositor sevillano Alberto Carretero

“Yo creo que todo lo mío resulta pálido al lado de estas cosas que son en cierta manera sinfónicas, como el ruido y la complejidad neoyorquina”. Lo escribía Federico García Lorca en una carta dirigida a sus padres, mientras avanzaba en la gestación de Poeta en Nueva York, una obra que, como también dejó dicho el propio autor, “debería haberse titulado Nueva York en un poeta”. Noventa y cinco años después de aquel viaje transformador, sus versos resurgen bajo una nueva forma artística en Poeta en Nueva York, la nueva ópera de cámara del compositor sevillano Alberto Carretero, que se estrena este 12 de junio en el Espacio Turina de Sevilla y ha sido posible gracias a una Beca Leonardo de la Fundación BBVA. Se trata de la tercera incursión operística de Carretero tras Renacer y La bella Susona, pero también de un paso más radical hacia la disolución de los límites del género, en una obra sin personajes en sentido estricto, sin acción lineal y en la que la palabra poética ocupa el lugar central del dispositivo escénico.
“Aquí no hay una estructura narrativa convencional”, explica Carretero, “sino un trayecto. Más que un relato, es un viaje interior, una espiral”. Ese viaje comienza con la infancia de Federico, atraviesa la experiencia del desarraigo, del descubrimiento y del choque, y culmina en una especie de metamorfosis. “El libreto lo he compilado yo mismo, pero no hay ni una sola coma que no sea de Lorca. Todo es 100% Federico: versos del poemario, fragmentos de cartas que escribió a sus familiares y amigos, y textos extraídos de la conferencia que dio a su regreso”. El resultado es una trama verbal tejida en tres planos temporales –la vivencia directa, la reelaboración poética y la reflexión posterior–, encarnada por tres voces distintas: la lírica del barítono Javier Povedano, la flamenca de Sergio El Colorao y la palabra hablada de Laura García Lorca, sobrina del poeta. “Como no conservamos la voz de Federico, tener la de su sobrina, que es actriz, que nació y se formó en Nueva York, y que lleva su legado con tanto respeto, nos pareció casi simbólico”, explica el compositor.
A estas tres voces se suma una cuarta presencia: el bailaor Marco Flores, que condensa en su cuerpo las tensiones que recorren el espacio sonoro y verbal. “Es la encarnación física de esa palabra. Marco no ilustra, no interpreta literalmente. Su cuerpo actúa como receptáculo de esa energía poética, como si le diera carne a lo que en las otras voces se vuelve aire, vibración o pensamiento”.

Poeta en Nueva York se articula en quince escenas, tres de ellas instrumentales, en las que se entrelazan música, palabra y movimiento en una polifonía continua. El sustrato instrumental lo proporciona el Trío Arbós, a lo que se suma la electrónica, concebida por el propio Carretero como una suerte de cuarto instrumento, a veces solista, a veces envolvente, a veces casi imperceptible, pero siempre presente. “La electrónica es para mí una parte natural del tejido musical, como lo son las cuerdas o las voces. Tiene algo camaleónico, como un meta-instrumento capaz de crear texturas, ecos, resonancias, prolongaciones de lo humano y de lo inhumano”, afirma el compositor, que concibe su partitura como una serie de micromontajes de inspiración cinematográfica. No en vano, la ópera alterna escenas en las que la danza toma protagonismo con otras más contemplativas o líricas, creando una estructura que –como él mismo repite– se parece a una espiral más que a una línea recta.
Lorca escribió Poeta en Nueva York durante su estancia en la ciudad entre 1929 y 1930, una época convulsa que coincidió con el crack de Wall Street y el inicio de la Gran Depresión. Para el joven granadino, aquel viaje fue mucho más que una estancia en el extranjero: fue un rito de paso, una crisis personal y poética que transformó su lenguaje, lo acercó a las vanguardias y lo alejó de ciertos convencionalismos que algunos de sus amigos –como Dalí o Buñuel– le habían reprochado. En sus poemas hay una denuncia feroz de la alienación, del racismo, de la deshumanización de la vida urbana, de la mecanización del cuerpo y del alma. Pero también hay una apertura hacia nuevas sensibilidades, hacia otras músicas (el jazz, el blues), hacia otras corporalidades, hacia la libertad sexual y la mezcla cultural. “En una carta a Carlos Mora Lynch, Lorca escribe: 'Me miro en el espejo del estrecho camarote y no me reconozco. Parezco otro Federico'. Esa imagen me obsesionó. Me pareció profundamente poética y construí toda la obra en torno a esa idea de metamorfosis”, afirma Carretero. “De hecho, la última escena se titula precisamente La metamorfosis de la muerte. Es un canto al cambio, al desgarro, a la reinvención de uno mismo”.

Aunque la obra tiene una duración de unos 80 minutos, no se percibe como una sucesión de números. Más bien se trata de un continuo en el que los materiales sonoros, poéticos y escénicos se transforman, reaparecen, se enredan entre sí. “He querido favorecer lo múltiple”, dice el autor. “Como el propio poemario, como la propia ciudad de Nueva York. No hay una sola lectura posible, ni un solo discurso. Quiero que cada espectador encuentre su camino, su imagen, su herida, su belleza”.
La puesta en escena corre a cargo de Rita Cosentino, que ha diseñado, junto al escenógrafo Alejandro Andújar, un espacio aséptico y modulable: una larga mesa blanca con sillas, una escotilla, un fondo negro y una iluminación cambiante de David Bofarull y Quim Algora. “La mesa puede ser un tablao, una pasarela, un altar, un camarote, una piscina…”, explica Carretero. “Y el vestuario, ideado por Yaiza Pinillos, parte de dibujos oníricos de Lorca: un sombrero, una gola, una tela que puede ser abrigo o mortaja. Todo se presta al símbolo y a la ambigüedad”. La ópera no busca ilustrar los poemas de forma literal. No se trata de adaptar, sino de evocar, de encarnar un estado emocional. “Lo que hay es palabra poética hecha carne, sonido, sombra, reflejo. Federico no es personaje, es presencia. Es voz y es eco”.
Tras su estreno sevillano, Poeta en Nueva York se verá en 2026 en el Teatro de la Zarzuela y muy posiblemente en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada de ese año. Carretero reconoce además contactos con alguna fundación neoyorquina. Sería cerrar el círculo: el poeta en Nueva York que vuelve a Nueva York hecho ópera.
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