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Raquel Eidem y la memoria de lo desechado en Sevilla

Espacio Derivado acoge 'Lo que no se pierde' la primera exposición de Raquel Eidem en Sevilla. La artista explora a través de la cerámica la memoria del proceso y lo desechado durante este.

La serie de piezas 'SioFe' de Raquel Eidem en Espacio Derivado. / Cortesía de la galería
Guillermo Amaya Brenes

27 de octubre 2025 - 06:00

La ficha

'Lo que no se pierde'. Raquel Eidem. Espacio Derivado (Plaza Cristo de Burgos, 17). Hasta el 1 de noviembre.

Espacio Derivado es uno de esos espacios que en poco tiempo (abrieron sus puertas a principios de 2023) ha ido consolidando una programación expositiva y su participación en ferias como Urvanity, Artesantander o Estampa (que tiene lugar esta misma semana). Recientemente han inaugurado Lo que no se pierde, una exposición individual de Raquel Eidem (Zaragoza, 1974).

Eidem se especializó en cerámica tras haber estudiado Bellas Artes en la Universidad de Sevilla. Imparte clases de cerámica en su propio estudio (actualmente en la calle Descalzos) desde hace 15 años. Su obra ha estado presente en espacios sevillanos como Un gato en bicicleta o la galería Barrera Baldán y en ferias como Contemporáneo Bad+ o Ceramic Art London y próximamente en Art Brussels. No obstante, Lo que no se pierde, exposición comisariada por el arquitecto Gabriel Bascones, supone su primer proyecto individual expuesto en Sevilla.

Piezas de porcelana que evocan al papel desechado durante el proceso artístico. / Cortesía de la galería

Cuando se entra en Espacio Derivado, no se entra en un espacio expositivo al uso, ya que se trata de la planta baja de una casa de principios del siglo XX que aún mantiene restos de otras épocas (almohades, mudéjares o del s. XVIII). El inicio del recorrido transcurre por una sala de paredes blancas que, siendo el espacio que más se amolda al modo expositivo habitual en una galería de arte, es con la que Raquel consigue desconcertar más al espectador: la sala parece vacía, la mirada se incomoda. Esa misma mirada acaba hallando pequeñas piezas que recuerdan a los descartes desechados durante el proceso artístico: bolas, trozos y pliegos de papel arrugado. En realidad se trata de piezas de porcelana, cuyo proceso de creación es bastante complejo y delicado.

La exposición continúa con Calumnia, una gran columna realizada con diferentes piezas de gres que se eleva gracias al propio peso que ejerce cada pieza sobre la inferior (las piezas no están unidas entre sí, sino apoyadas). En la sala central un tubo transparente, de cristal, a modo de balancín, recuerda al molido de pigmentos. Dentro, a través del balanceo, unas esferas de porcelana van deshaciendo pequeños fragmentos de azulejos del propio edificio, depositando en sus extremos el polvo resultante de la fricción de los materiales.

Toda la exposición es recorrida por una secuencia poética donde algunos elementos, formas e ideas van apareciendo y reapareciendo.

En otra sala, cinco obras se conforman entrelazadas entre la cerámica y piezas de acero desechadas de maquinaria y procesos industriales. A su vez, las formas de estas piezas de acero han servido a la artista para realizar una serie de gofrados en papel. Por último, una pieza realizada en cerámica (puede evocar a una suerte de ánfora), atravesada en su parte superior por una pieza de acero, pende a escasos centímetros del suelo a través de una cincha industrial.

Pieza de cerámica pendida sobre una cincha industrial a pocos centímetros del suelo. / Cortesía de la galería

Lo que no se pierde se articula a través de varios pilares discursivos como son el propio proceso, la reubicación del objeto o la convivencia de materiales. A diferencia de otras disciplinas artísticas, la cerámica requiere de diferentes etapas en su proceso, de tiempos muy medidos, temperaturas controladas y de un conocimiento exhaustivo de los materiales. Este protagonismo del proceso se refleja en la exposición a través de esos desechos de papel convertidos en porcelana, en obra final. De algún modo, los errores, los descartes, también forman parte del proceso, del aprendizaje que este supone. También esto se refleja a través de ese tubo de cristal que revela el proceso de molido de los materiales.

Por otro lado, y derivado en cierto modo del propio proceso, Raquel reflexiona sobre la reubicación del objeto. No se trata estrictamente de reciclar, sino de dar una nueva ubicación a un objeto cuya ubicación por la cual fue concebido sería de otra naturaleza. Descontextualizar, no el objeto, sino su fin, su disposición, el cómo se articula en su entorno. Así, en algunas de sus piezas, Raquel mezcla la cerámica y el metal, piezas realizadas por ella misma con piezas encontradas. Una reactivación de la memoria de lo desechado.

Toda la exposición es recorrida por una secuencia poética donde algunos elementos, formas e ideas van apareciendo y reapareciendo, variando su materialidad, manifestándose aquí y allá de forma diferente en un ritmo pausado pero constante. Una secuencia donde Raquel Eidem explora una idea de belleza que escapa de sus características ortodoxas para abrazar el terreno de lo industrial y lo procesual, envolviéndolos con la calidez que sus piezas parecen conservar tras su paso por el horno.

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