"Se supone que no debería, pero yo sí me desahogo escribiendo"
José Antonio Garriga Vela. Escritor
Siruela publicará en febrero 'El cuarto de las estrellas', la novela con la que este artesano del lenguaje ganó la última edición del Premio Café Gijón
Pocos casos tan ilustrativos de confluencia entre vida y literatura se dan como en el autor barcelonés y residente en Málaga José Antonio Garriga Vela. Hace dos años, durante la escritura de su última novela, El cuarto de las estrellas, con la que ha ganado el Premio Café Gijón y que publica Siruela en febrero, sufrió un accidente que le acarreó una pérdida de memoria, tras la que tuvo que reaprender algunas claves esenciales de su existencia y su oficio. Este episodio le acercó mucho más al protagonista de la obra, que retomó entre tinieblas: acaso, un nuevo reflejo de sí mismo.
-El cuarto de las estrellas arranca en La Araña, la zona del extrarradio de Málaga, en plena costa, de la que hacía mención al final de Pacífico. ¿Qué le lleva a un lugar tan desarraigado?
-Siempre he tenido la fijación de escribir sobre La Araña. En la última página de Pacífico se habla de que no se sabe dónde está Sebastián, de que lo están buscando y no lo encuentran, y de que dicen haberlo visto en La Araña. Y lo escribí así con la intención de regresar en otro libro a este mismo sitio. De hecho, el título original de la nueva novela era La Araña, lo que ocurre es que para el premio lo titulé El cuarto de las estrellas y éste ha gustado más, tanto al jurado como a la editorial.
-¿Podemos hablar entonces de una continuación de Pacífico?
-No, esta novela no tiene nada que ver. Transcurre en gran parte en La Araña, aunque no dejo constancia de que se trate de Málaga. Ya sabes que no me gusta concretar el nombre de las ciudades en que transcurren mis novelas, aunque aquí aparecen todas las señas de identidad de este lugar tan especial: la fábrica de cementos Goliat, los yacimientos neandertales, el recuerdo de la huida a pie a Almería en el 37... Es un sitio muy reducido en el que han pasado muchas cosas. Y el único enclave de la Costa del Sol desolado. Resultaba muy apropiado para contar una historia que abarca desde el final de la Guerra Civil hasta la actualidad.
-El jurado subrayó en su fallo la "superación singular del realismo". ¿Eso es un halago?
-La novela no es realista, para nada. Lo habitual en mi obra es la mezcla de realidad y ficción, algo que se nutre mucho de anécdotas. La mirada más realista puede ser la que se vierte sobre los sentimientos, porque todas mis novelas son muy interiores, y ésta lo es aún más. Hay algo fundamental en el libro, que es el paso del tiempo y lo que eso mueve en las personas. El protagonista tiene la edad que tenía su padre cuando sucedieron los hechos que narra, como yo mismo ahora. Y, claro, hay cierta presencia de la muerte, una intuición de la misma, algo también habitual en mi obra. En fin, no sé, creo que no escribo novelas precisamente de premios. Son tristes. Mis hermanas me piden que escriba algo más alegre, ya ves. Y eso que yo no soy nada triste en la vida cotidiana. Lo que sí hago es desahogarme en mis novelas, algo que, según dicen, nunca debe hacer un escritor. De cualquier modo, cuando escribo soy muy, muy feliz.
-En su obra la memoria suele resultar esencial como motor narrativo. ¿Lo es aquí también?
-El protagonista es un trabajador de la fábrica de cementos Goliat cuya única vía de escape es ir a la ciudad de vez en cuando a ver una película. Pero un día, en el año 73, el mismo día en que muere Carrero Blanco, a su padre le toca el gordo de la lotería. Así que el narrador deja su trabajo y cumple su gran ilusión: viajar a Nueva York, que es donde transcurren la mayor parte de las películas que ha visto. Allí recibe una noticia y partir de entonces empiezan a revelarse algunos secretos familiares. El mismo narrador da cuenta de ellos en el presente, desde donde escribe. En medio le han pasado muchas cosas, entre ellas algo que también me ocurrió a mí: sufrí una caída y perdí la memoria.
-¿Cómo le sucedió eso?
-Salí a dar una vuelta a airearme, me dio un shock, me caí, me di un golpe y perdí el conocimiento. Perdí el olfato, el gusto y gran parte de la memoria, por culpa de un hematoma de cuatro centímetros en la cabeza. Poco a poco fui recuperando los recuerdos. Por ejemplo, pedí que me llevaran el ordenador al hospital porque yo recordaba que escribía, aunque no recordaba qué. Dos meses después recuperé la novela sin recordar ni una palabra de lo que había escrito, y resulta que en el último párrafo que había dejado contaba la visita del narrador a un neurólogo, algo que nunca había hecho. Nunca antes habían salido las palabras neurólogo ni neurocirugía en mis novelas. Y vaya si me las tuve que ver con neurólogos durante un tiempo.
-¿Rehizo gran parte de lo que tenía escrito?
-No, lo que hice fue integrar todo lo que me había pasado. El protagonista sufre un accidente como el mío y cuando sale del hospital empieza a escribir la novela. Al final, el accidente me procuró un hilo conductor muy eficaz. Y me dejó algunas secuelas interesantes. Por ejemplo, únicamente puedo distinguir los olores si son agradables. Tengo que estar muy pendiente cuando pongo a tostar el pan para que no se me queme.
-Al final resulta cada vez más difícil distinguir entre vida y literatura, como quería Borges.
-A mí me cuesta. Pero me imagino que tiene que ver con lo que escribes. Yo me implico, vitalmente, al cien por cien, en cada cosa que escribo. Me imagino que si no lo hiciera así me resultaría más fácil, pero no sé ejercer este oficio de otra manera. Además soy muy puntilloso, mido al milímetro cada palabra. Las galeradas me las envían tal cual mando yo los textos a las editoriales. Pero no me planteo hacerlo de otro modo.
-Los sueños son también importantes en su obra. ¿Soñar es otra forma de recordar?
-Nunca recuerdo mis sueños, pero sí juego mucho con ellos porque mis personajes suelen estar encerrados en un mundo determinado. Y los sueños, además, permiten confundir ahí realidad y ficción. Uno de mis libros favoritos es Un hombre que duerme, de Perec, que revela que los sueños pueden ser tan importantes como los sentimientos y los pensamientos.
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