La muerte del periodismo | Crítica

Malos tiempos para la verdad

  • León Gross disecciona la relación entre los medios y la política en un escenario en el que el que la posverdad, los bulos y las técnicas de manipulación, con las redes como principal aliada, han puesto cerco al periodismo entendido como un contrapoder imprescindible para blindar la fortaleza del sistema democrático

El periodista y profesor Teodoro León Gross.

El periodista y profesor Teodoro León Gross. / D. S.

Teodoro León Gross reúne una doble condición que no se da con demasiada frecuencia: es periodista de combate, con décadas en el columnismo de opinión política –tarea que ahora compagina con la presentación de un programa de análisis de actualidad en Canal Sur TV–, y al mismo tiempo acumula una larga trayectoria académica como profesor titular de Periodismo en la Universidad de Málaga. En ambos campos le gusta tomar riesgos y no rehúye la polémica, sino todo lo contrario. Es lo que hace en el libro que acaba de publicar, con un título que es una provocación: La muerte del periodismo, y con un subtítulo que no le va a la zaga: Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia.

León utiliza su bagaje teórico y práctico para colocar al periodismo en la mesa de disección, en unos tiempos en los que lo que fue llamado, quizás de forma un tanto exagerada, el cuarto poder, hace todavía frente a un nuevo paradigma derivado de la irrupción del mundo digital. Un proceso disruptivo que lo ha obligado a un proceso de adaptación que afecta tanto a los soportes, como a las formas de ejercer la comunicación y a los modelos de negocio que lo sustentan. Y sobre todo a la influencia del propio periodismo y a su relación con la política. Son los tiempos de la posverdad y de las fake news, de la irrupción de las redes sociales y de la obsesión por las métricas y el clickbait. Los tiempos, en definitiva, en los que la facilidad para la manipulación y la falta de respeto a la verdad parece que han conquistado terrenos en los que hasta no hace mucho imperaban unas reglas y unas formas de afrontar los hechos que hoy parecen sepultados bajo una ola de la vacuidad y de la zafiedad. Aunque el periodismo hecho con profesionalidad y responsabilidad, como subraya el autor, sigue existiendo y se puede encontrar en multitud de medios que luchan cada día por seguir cumpliendo su compromiso con sus destinatarios.

El origen más inmediato de este estado de cosas, que tiene que ver con una crisis tanto de valores como económica, se puede situar en la debacle financiera de 2008. Pero tendría su punto de máxima ebullición en la aparición de fenómenos políticos como la victoria de Trump en Estados Unidos o la aparición de Podemos y Vox en España. Es el triunfo de la tesis de los hechos alternativos o, directamente, de la mentira sin tapujos. En este contexto, León analiza de forma particular todo lo que ocurrió en torno a la campaña electoral de 2023 y las negociaciones posteriores que dieron lugar a la investidura de Pedro Sánchez, un ejemplo de cómo se intentó retorcer la realidad hasta convertir en blancas cosas que sólo unos días antes habían sido negras, como la amnistía.

El periodismo tiene el reto de recuperar el papel central como denunciante del abuso de poder

El balance no invita precisamente al optimismo. El debilitamiento de los medios conlleva una pérdida de fuerza del sistema democrático. El poder político aprovecha la difuminación de su principal contrapeso para traspasar límites a los que no se hubiera atrevido en los tiempos en los que la prensa ejercía su papel fiscalizador y tenía saneadas sus cuentas de resultado. Porque, y ahí está una de las principales conclusiones que expone Teodoro León, la rentabilidad es la principal garantía de independencia, lo que le lleva a distinguir entre medios que pueden permitirse todavía hacer periodismo y otros que, por intereses económicos y políticos, actúan como meros engranajes de los mecanismos de manipulación de la opinión pública.

No cabe duda de que la pérdida de calidad de la democracia, un fenómeno que se percibe con claridad en países como España, ha propiciado también la aparición de fenómenos comunicativos que se quieren hacer pasar por periodismo y que están muy lejos de serlo. Cualquier ciudadano se ve golpeado hoy por cientos de mensajes, en redes sociales, pero no sólo en ellas, que se quieren hacer pasar por información y que no son más que intentos burdos de ensuciar el debate o de ocultar la realidad.

No son buenos tiempos para la verdad y basta encender el móvil o el ordenador para comprobarlo. El periodismo tiene por delante el reto de recuperar el papel central que le corresponde como fiscalizador de la vida política y denunciante del abuso de poder. Si lo va a hacer o no es la gran duda que queda tras la lectura de la obra de León Gross. Al respecto, sólo cabe reafirmar el viejo principio de que sin periodismo no hay democracia. Y confirmar que el periodismo no ha escrito todavía, a pesar del título del libro, su última palabra.

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