Túnez: un delicado equilibrio
Las ciudades y los libros
Pese a su turbulenta historia reciente, la ciudad norteafricana luce con orgullo su identidad abierta y cosmopolita, un paisaje urbano y humano que aúna distintas tradiciones y en el que resulta difícil no sentirse parte
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En la Medina nos salió al paso un joven rubio y de ojos azules que contrastaban de manera poderosa con su tez morena. Aquí, en los zocos, especialmente en el área de los perfumistas, es habitual que te salgan al paso para venderte cualquier producto, pero en esta ocasión el chico nos hizo una propuesta diferente: “¿Queréis tener las mejores vistas de Túnez?” Le preguntamos qué vistas eran esas y el chaval se explicó: “Las mejores vistas, las más conocidas, las que salen en todas las guías, en la portada de Lonely Planet. Es la imagen más famosa de la ciudad, pero en realidad solo puede verse desde un lugar concreto que no está abierto al público. Yo puedo llevaros”. Nuestra decisión podría resultar imprudente, pero el joven nos inspiró suficiente confianza, así que aceptamos. Comenzamos entonces una ruta a notable velocidad tras nuestro avezado cicerone entre filas y más filas de turistas atónitos y vendedores deseosos de colocarnos sus mercancías, a través de callejuelas cada vez más estrechas, en el mismo corazón de la Medina. En un momento, el chico tras el que corríamos abrió la puerta de una casa y allá que fuimos tras él. Ahora había que subir escaleras a toda pastilla, sin remisión, un tramo tras otro (quizá fueron cuatro o cinco pisos, disculpe el lector la imprecisión) hasta que al final llegamos a una azotea diáfana y abierta. Y allí estaba, ciertamente, la imagen más reproducida de la capital tunecina, con el imponente trazo de la Medina coronado por el minarete de la Gran Mezquita Zitouna, afirmado tras un arco de azulejos armado en nuestra terraza bajo un atardecer espléndido. Recordé la portada de Lonely Planet a la que se refería nuestro guía y la impresión de la misma estampa en todos los catálogos y revistas. “Todo el mundo que llega a Túnez viene a buscar esta imagen, pero, si no conoces a los dueños de la casa, no hay nada que hacer”, nos contó ufano el rubio de ojos azules antes de invitarnos a hacernos todas las fotos que quisiéramos. No nos cobró nada, pero nos pidió con gentileza que asistiéramos a la exposición de productos de perfumería que iba a empezar justo entonces dos o tres plantas más abajo, en la misma casa (los perfumistas del zoco invitan a los potenciales compradores a estas exposiciones, en las que explican y dan a probar las virtudes de sus tesoros). Accedimos, claro, tras corroborar que, tal y como nos habían advertido, la amabilidad tunecina puede resultar sospechosa a los europeos, pero es siempre infalible.
Independientemente de la convulsión política del momento, la ciudad de Túnez se articula en torno a dos mundos bien diferenciados que confluyen en la Puerta de Francia: a un lado, la Medina, con su impronta árabe, los edificios majestuosos como el palacio Dar El Bey (sede del primer ministro del Gobierno de Túnez), el zoco, sus sombreros de Fez, los hiyab, los colores y los aromas; al otro lado, la ciudad nueva que se articula en torno a la avenida Habib Bourguiba, una coqueta recreación los Campos Elíseos parisinos como testimonio fiel de la época colonial llena de tiendas, restaurantes y cafeterías. En la misma avenida se encuentra la Catedral de San Vicente de Paúl, un hermoso templo de estilo bizantino construido a finales del siglo XIX en el que sobrecoge el control de armas ubicado en el acceso. Muy cerca, la Plaza de la Independencia brinda las mejores hechuras de gran capital para esta ciudad de poco más de 700.000 habitantes en el casco urbano y dos millones y medio en su área metropolitana. Pero para encontrar la mejor esencia parisina hay que sentarse en el Café del Teatro, junto al Teatro Municipal, y disfrutar de un desfile humano único, irremplazable en su mestizaje. Túnez es, por cierto, una de las ciudades que he conocido con mayor afición al teatro: sus numerosas compañías independientes, las producciones que estrena cada año el Teatro de la Ópera y los festivales que se suceden en el Anfiteatro de Cartago, a diecisiete kilómetros de la capital, junto a las admirables termas de Antonino, conforman un circuito virtuoso ante el que cualquier ciudad europea lo tendría difícil para competir. En la avenida Bourguiba, por cierto, se encuentra la legendaria librería Al Kitab, que lleva cerca de sesenta años suministrando material a los lectores en varios idiomas. En su interior, el mestizaje es aún más acusado, signo de una convivencia que solo los espacios culturales como las buenas librerías logran inspirar. Aquí me hice con una edición en árabe de La última tentación de Nikos Kazantzakis. Reconocí la identidad del libro gracias a la reproducción de El Cristo amarillo de Gauguin que ilustra la cubierta.
La Primera Árabe tuvo en Túnez su concreción mediante la Revolución del Jazmín, que estalló en 2010 después de que el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se quemara a lo bonzo en Sidi Bou Said, a veinte kilómetros de la capital, y que terminó con el derrocamiento del dictador Ben Ali. La referencia al jazmín no es un capricho: en temporada, los hay aquí en abundancia. De hecho, en la Medina se ven unas varillas similares a las biznagas de Málaga, confeccionadas también con jazmines aunque más pequeñas, del tamaño de un sonajero. Pero, al contrario que en Málaga, quienes las lucen son, preferiblemente, los hombres. El lugar preciso para lucirlas es la oreja, como indicador del estado sentimental: si el presunto la lleva sobre la oreja izquierda, está advirtiendo de un compromiso ya firme, como un cartel de no disponible; si la lleva sobre la oreja derecha, está manifestando a las claras que la disponibilidad es total (otra cosa es que los tunecinos hagan chistes a cuenta de los que llevan durante demasiado tiempo los jazmines en la oreja derecha). En cualquier caso, la que fue la primera democracia secular del mundo árabe tras la Revolución nació bajo el signo de un equilibrio bien frágil, tal y como quedó comprobado en 2015 con el atentado terrorista del Museo Nacional del Bardo, en el que fallecieron veinticuatro personas. En septiembre de 2023, por cierto, el museo reabrió sus puertas tras dos años de reformas que hoy facilitan al visitante la contemplación de su fabulosa colección de mosaicos romanos, posiblemente la más importante del planeta. Con una actividad cultural envidiable y una madurez civil que ha logrado poner coto al fanatismo, la ciudad de Túnez mantiene su equilibrio delicado entre mundos bien diversos, pero seguramente encuentra aquí la raíz mediterránea su versión más fidedigna.
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