La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el telexto
Vertixe Sonora + Plurisons | Crítica
VERTIXE SONORA + PLURISONS
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XVI Festival Zahir Ensemble de Música Contemporánea. Vertixe Sonora + Plurisons: Danilo Mezzadri, flautas; Pilar Fontalba Jimeno, oboe; José Batista Júnior, clarinetes; Pablo Coello Rodríguez, saxofones; José Vicente Faus Faus, percusión; Mariana Isdebski Salles, violín; Ionela Nicoleta Cibotaru, viola; Thomas Piel, violonchelo; Carlos Méndez López, contrabajo; Nuno Miguel Rodrigues Marques Pinto, guitarra eléctrica; David Durán Arufe, piano; Alexandre Zamith Almeida, piano y teclados. Director: Januibe Tejera.
Programa:La tierra cansada
Marta Domingues (2000): Fictional silence, para ensemble [2025]
Januibe Tejera (1979):Linha no céu de Sevilha, para ensemble [2025]
Alexandre Lunsqui (1969): [Obra indeterminada para violín y clarinete]
Gabriel Bolaños (1984): - ο, para ensemble [2025]
Fernanda Navarro:Tephra, para ensemble [2025]
Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 31 de octubre. Asistentes: Unas 30 personas.
Uno se sienta en su butaca con el programa de mano que acaba de recoger en la entrada, le da la vuelta al papel, empieza a leer y no da crédito. “Estamos viviendo una situación en la que la cuestión de la tierra ha escalado al nivel de genocidio”. Eso lo dice Ailton Krenak, un líder indigenista brasileño que al parecer ha sufrido mucho. Antes de que suene una sola nota, ya nos dan el marco mental y emotivo que debemos tener en cuenta: estamos, se nos dice, ante un planeta al borde del colapso, con una “crisis ambiental” de dimensiones “genocidas” –el término aparece dos veces–. Pero eso no es todo, es que también nos enteramos de que los habitantes de la Tierra “no pueden compartir la vida” [sic]. La retórica es solemne, inflamada, inflamatoria y profundamente imprecisa. La trivialización de las grandes palabras (especialmente la del genocidio) las despojan de su significado real, ese sí verdaderamente terrible. La hipérbole ambiental actúa como sustituto del análisis, y el guiño posterior a los “saberes precoloniales” –que supuestamente debemos recuperar– sugiere una romantización del pasado que ignora que las tradiciones útiles siempre han sido absorbidas y transformadas por el progreso humano.
El texto –un simplista panfleto político– aspira a denunciar algo, pero acaba siendo un flatus vocis ideológico: una visión sombría del mundo desligada de hechos básicos –como que nunca ha habido menor porcentaje de pobreza extrema que ahora ni mayor esperanza de vida o que la superficie forestal no deja de crecer, sí, efecto del cambio climático, también–. Además, toda esa palabrería vacía (sin firma –salvo la cita inicial de Krenak– por lo que supongo que la asumen los dos grupos participantes) es ajena al contenido de lo que se va a escuchar después. Nada confirmó semejante marco catastrófico; el discurso es un ejercicio más de vacua autoindulgencia ética, un descanso moral para quien lo pronuncia –y para quien lo aplaude–, la confortable sensación de pertenecer al lado de los buenos sin necesidad de asumir ningún coste real ni formular pensamiento alguno. Una creencia lujosa, de salón, que tranquiliza la conciencia y permite exhibir sensibilidad sin comprometerse con la complejidad del mundo. Cuando el compromiso se reduce a palabras graves y a gestos performativos, no ilumina nada: solo produce una pátina de virtud que, por suerte, se evapora en cuanto comienza la música.
La colaboración entre el conjunto gallego Vertixe Sonora y el brasileño Plurisons reunió en escena a doce intérpretes –trece con el director, Januibe Tejera– para presentar La tierra cansada, un programa con cuatro obras recién compuestas –que luego fueron cinco– en las que no hubo referencias a paisajes sonoros naturales ni narrativas sobre crisis ecológica o explotación territorial: la naturaleza operó, en todo caso, como telón argumental (y punitivamente moral) exterior al concierto. Solo en la pieza final, la de Fernanda Navarro, pudo rastrearse un vínculo lejano con imaginarios primitivistas o etnicistas (la percusión) ligados a entornos indígenas latinoamericanos, y aun así de manera sutil y más performativa que verdaderamente semántica.
El programa se abrió con Fictional silence de la portuguesa Marta Domingues, obra que inscribió el concierto desde su inicio en el terreno de la exploración tímbrica. Vinculada a la acusmática y al arte sonoro, la pieza combinó manipulación de objetos –con especial presencia de globos–, ruido controlado, respiraciones instrumentales y una banda electrónica tenue. Más que construir un discurso lineal, Domingues propuso una experiencia textural que jugaba con lo efímero y lo frágil, obligando al público a concentrarse en lo mínimo. En Linha no céu de Sevilha, Januibe Tejera desplegó un lenguaje afín al entorno IRCAM: silencios estructurales, resonancias suspendidas, trabajo refinado con armónicos y dinámicas leves. La escritura, próxima al espectralismo, evitó los gestos enfáticos y se apoyó en una temporalidad dilatada que, pese a momentos de notable tensión microscópica, mantuvo una orientación contemplativa.
Tras la interpretación de su obra, Tejera anunció que, como regalo intermedio, se iba a ofrecer una pieza para violín y clarinete del compositor de Sao Paulo Alexandre Lunsqui. Lamentablemente no dio más detalles de ella, ni título ni fecha de composición. Pero posiblemente fue la obra más sólidamente anclada en la vanguardia clásica. Su discurso, intenso y concentrado, se sostuvo en tensiones armónicas y fricciones rítmicas internas, sin concesiones al efectismo ni a la textura decorativa. Un núcleo duro dentro del programa. Por su parte, - ο de Gabriel Bolaños –compositor nicaragüense nacido en Bogotá y activo en Estados Unidos– aportó el giro más reconocible hacia una estética estadounidense contemporánea: importancia del ritmo, motivos melódicos fragmentarios, pulsación controlada y un componente lúdico y repetitivo que introdujo aire y movimiento tras la densidad de las obras precedentes. Fue, en cierto modo, la pieza más comunicativa y directa, la más fácil de oír de una velada que se cerró con Tephra de la brasileña, también activa en USA, Fernanda Aoki Navarro, una obra en la que al protagonismo de la percusión se sumó también el uso de objetos y ruidos. Todo pareció sugerir un territorio ritualizado, entre lo ancestral y lo urbano.
El nivel interpretativo de todo el concierto fue elevado y homogéneo para un repertorio que exige atención extrema al detalle y una concepción colectiva del sonido. Y esto me da también para una última reflexión: sobre el escenario hubo trece músicos con un despliegue impresionante de instrumentos y después de un trabajo que se adivinó intensísimo para preparar las obras; en las butacas, apenas 30 personas, incluidos los organizadores, la compositora Navarro, este crítico y el personal de sala. Hay algo que no estamos haciendo del todo bien.
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