Análisis

Julián Sobrino Simal

Profesor de la Universidad de Sevilla

Atarazanas: un falso debate

El autor reflexiona sobre la construcción de un museo del siglo XXI, convirtiendo este espacio en un laboratorio de intercambio de saberes y buenas prácticas entre las distintas tierras y culturas

El interior de las Atarazanas

El interior de las Atarazanas / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

EL asunto acerca de cuál ha de ser el programa museológico, y por tanto la definición museográfica de los contenidos de las Atarazanas, exiliadas del CaixaForum, es un falso debate, digno de ser narrado por Jorge Luis Borges, pues realmente esta es una historia de senderos que se bifurcan, o por Augusto Monterroso, pues cuando despertemos, el dinosaurio todavía seguirá allí. El problema de las Atarazanas no quedará resuelto con un programa de contenidos más o menos acertado, por una serie de argumentos que expongo a continuación.

El primero de ellos se refiere a la política museográfica de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento de Sevilla. Y la conclusión es meridianamente clara: nunca ha existido tal cosa, es decir, una estrategia planificada a medio y largo plazo acerca de cómo se han de conservar, interpretar, exponer y difundir, los importantes testimonios de la estratigrafía histórica y cultural de Andalucía y de Sevilla. Nunca, ni antes, ni ahora, se ha pretendido disponer de un sistema de equipamientos culturales, planificado, riguroso, ordenado, descentralizado y estable, capaz de acoger en su diacronía, en su conceptualización, en su diversidad y en su territorialidad, nuestras arqueologías, desde la prehistórica a la industrial, nuestras etnografías, desde las rurales a las urbanas y desde lo colectivo a lo individual, nuestras artes, desde las figurativas a las abstractas, nuestros diseños, desde los populares a los académicos, nuestros modelos de habitar, desde el poblado ancestral a la ciudad contemporánea, nuestros sistemas de movilidad de las materias, las personas o las ideas, desde las sendas primitivas hasta Internet, nuestras estructuras científicas y técnicas, desde las de la Vida y la Tierra a las artesanías y las ingenierías.

Nunca se ha pretendido ofrecer a la ciudadanía andaluza y sevillana, y a los visitantes de esta comunidad y ciudad, la posibilidad de comprender y participar de los resultados del esfuerzo de la multitud de personas dedicadas a la creación, producción e investigación, en las áreas temáticas anteriores, en Andalucía y en Sevilla. Pequeños parches, un museo aquí o un museo allá, muy valiosos, pero como decía André Leroi-Gourhan: un puñado de perlas adquiere mucho más valor cuando se engarzan en un collar. Y, además, esta no estrategia museográfica deja en el olvido la profesionalidad de tantas y tantos expertos que se han dedicado, y se dedican, a la museología y a la museografía en Andalucía y las pequeñas localidades donde aparecieron los hallazgos que son despojadas de lo que les pertenece por contexto y como recurso cultural sostenible.

La segunda de las razones reside en la evidencia, lamentable pero cierta, de que Andalucía no dispone de un Museo de Arte Contemporáneo, porque el CAAC, siendo muchas cosas, no lo es, ni por estatutos, ni por estructura, ni por financiación, ni por objetivos, ni por espacio, con el resultado de que no se puede exponer permanentemente la extraordinaria colección que se ha ido construyendo, con nuestros impuestos, desde su fundación en 1990 y que permanece en sus almacenes. Combinado, este singular y llamativo vacío museográfico, de una Comunidad como Andalucía donde las artes, las músicas, las literaturas, las ciencias y las técnicas, fueron y son la gloria de nuestro ser contemporáneo, con la inexistencia de un proyecto, para una ciudad fluvial como Sevilla, no sólo vinculada a América, craso error, sino que, partiendo del Guadalquivir como eje vertebrador, sea capaz de hacer una narración de la alta y la baja Andalucía en su interacción con el Mediterráneo, con el Mar del Norte, con el Atlántico y con el Pacífico, desde tiempos inmemoriales.

Porque, si algo es Sevilla, es una ciudad surgida de y por el agua. Y esta ciudad portuaria, más allá de una recreación analógica, más o menos creíble y turistizada, sin renunciar a la museografía apropiada, necesita un proyecto que nos debería llevar a gestar en Atarazanas el museo del siglo XXI, convirtiendo este espacio en un laboratorio de intercambio de saberes y buenas prácticas entre las distintas tierras y culturas que, desde el Guadalquivir, como hilo umbilical, se unieron a esta ciudad a lo largo del tiempo. Y en ese taller de arcadas góticas nos espera la mejor recompensa: poder pensar soluciones para un futuro que es hoy: la crisis de la biodiversidad, las migraciones sin garantías, la gobernanza universal o las energías renovables. Y, sin olvidar el espacio público del entorno, para peatonalizar el territorio-red-membrana entre Atarazanas, bienes Patrimonio Mundial y río Guadalquivir.

Y en Altadis, allí sí, un Museo de Arte Contemporáneo de Andalucía, perfectamente compatible con un CAAC como el actual, acrecentado con el Pabellón del siglo XV, en su dimensión de memoria activa de la agitación y experimentación de las vanguardias andaluzas del siglo XX. Pero claro, hay que disponer de una política museográfica para Andalucía, y para Sevilla, y eso no se improvisa. Tiene que ser el resultado de huir de la pereza intelectual y del confort de las legislaturas perdidas.

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