El alcalde no lleva ni cien días de segundo mandato cuando ya ha dejado claro que no aspirará a una nueva reelección. Mantiene su promesa pese a que en las pasadas elecciones sacó dos concejales más. El caso es que Sevilla tendrá en breve un alcalde con el síndrome del pato cojo, un fenómeno que bien conocen los norteamericanos, que se refieren con esos términos a los presidentes que están en su tramo final al no poder ser reelegidos. Al pato cojo no se le dispara. Se le conceden ciertas licencias. Los patos cojos son una ventaja o un peligro, según la posición desde la que se miren. La ventaja será del propio interesado, el señor Espadas, que podrá actuar con mucha más libertad que si tiene que estar llamado al tacticismo al que obligan unas elecciones en las que ha de presentarse. En los partidos se teme a estos políticos más que a una vara verde, porque están fuera de control y les importan poco los efectos de sus decisiones. Y el peligro será que los suyos empiecen a mirar al posible sucesor en lugar de al que todavía es alcalde. El PSOE conoce bien ambas coyunturas. Haría bien Juan Espadas en no insistir en su futura condición de pato cojo. Algo tiene este alcalde que sin necesidad de brillos ni fuegos artificiales se ha ganado la consideración del pueblo. La gran subida de sueldos, por ejemplo, ya le ha sido disculpada. Pocos alcaldes pueden presumir de haber salido ileso de semejante aumento salarial. Que le pregunten a Monteseirín lo que tuvo que sufrir para no lograr nada.

A Espadas ya no le preocuparán las listas municipales de su partido, marcadas siempre por los equilibrios entre las agrupaciones. Y tendrá que convivir un tiempo con el designado por el PSOE para candidato alcalde, como el propio Juan vivió cuando era el cabeza de lista de 2011 y Alfredo era el pato cojo.

Quizás Espadas pudo haberse ahorrado la promesa, que encaja más en una convicción personal que en un guiño para arañar más votos en su momento. La oposición no tardará en afearle decisiones tomadas por un alcalde en retirada. Lo que es seguro es que sí tendrá que aplicar ciertas tácticas para sobrevivir en el nuevo PSOE andaluz que promueve el sanchismo. La de Susana Díaz es una amistad poco conveniente en estos tiempos, sobre todo porque el sevillano Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente del Congreso y enemigo número uno de Díaz, es el sevillano que susurra al oído del presidente del Gobierno sobre todo cuanto ocurre en la capital de Andalucía. En esa marejada de rencores y ajustes de cuentas interminables tendrá que navegar este alcalde, que no olvidemos que es el principal con el que cuenta el PSOE en estos momentos en el mapa municipal. Y todo mientras trata de inaugurar alguna infraestructura que sea el estandarte de sus años de gobierno. Hasta la fecha le ha bastado con no meter la pata, dejarse llevar por acontecimientos magnos, como la cumbre del turismo, y dejar que los del PP se peleen entre ellos como turistas en la cola del Alcázar.

Espadas cuenta con una gran ventaja: el electorado no le exige grandes obras. La suciedad de las calles no le ha restado apoyos, ni siquiera la invasión del turismo. Le basta con ese trato afable de vecino del tercero que está al día de las cuotas de la comunidad y que asume con diligencia las labores de administrador cuando le toca por turno. En Estados Unidos dejarían de dispararle en breve. Pero esto es Sevilla.

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