Una mujer revisa las papeletas de los partidos en la víspera de las elecciones andaluzas.

Una mujer revisa las papeletas de los partidos en la víspera de las elecciones andaluzas. / Fermín Cabanillas / Efe

La campaña andaluza ha sido casi de guante blanco. Casi. O sea, no ha sido de guante blanco, pero sí que ha discurrido muy alejada de la campaña de Madrid en que hubo incluso balas y armas blancas con sangre en sobres postales y una polarización salvaje con eslóganes entre el "Comunismo o libertad" de Ayuso y el "Democracia o fascismo" de Pablo Iglesias, y hasta violencia programada contra algunos actos en la calle. Madrid puede considerarse, hasta ahora, el modelo de campaña sucia, bajo las reglas del populismo postdemocrático. Andalucía, con las dosis de demagogia propias de todo rally electoral, ha sido otra cosa. En los debates hubo escarceos, claro, pero lo menos que se despacha en esa clase de debates. El mitin ya se sabe que es un género de ficción: manipulación y mentiras van de suyo. Hablar de "derechos o derechas" o de “tarjeta sanitaria o tarjeta de crédito” son hallazgos más o menos infantiles de los asesores para compensar la falta de ideas. Apenas sobresale lo anecdótico de los discursos pret-a-porter: torrijas, masturbación, disfraz de vaca, Iberdrolona, motosierras, Frankenstein o el Exorcista.

Eso no significa que no haya habido juego sucio. Acabáramos. Y que la legislación electoral no haya vuelto a demostrar que está completamente desfasada. Mientras se mide quirúrgicamente si en la televisión pública se dan 5 segundos más a un partido u otro, pervirtiendo la lógica informativa, y a los debates se llevan árbitros de baloncesto para cronometrar al nanosegundo, proliferan manipulaciones 2.0 del siglo XXI. En la jornada de reflexión no se puede pedir el voto, pero sí en ese hervidero fake de las redes entre bots y agit-prop. Eso sí, no se pueden publicar encuestas durante los últimos días por escrúpulos de neutralidad. El audio manipulado para desacreditar a Juanma Moreno –las sospechas van a la extrema derecha, pero los socialistas se subieron al carro– evidencia la desregulación en esa legislación electoral obsoleta. Los sindicatos, por cierto, pueden hacer campaña partidista con todo descaro y máxima cobertura a la carta. Desde huelgas para el último día de la campaña a la manifestación sanitaria casualmente fijada en Madrid durante la jornada de reflexión andaluza con gran repercusión en los informativos y medios más activistas. ¿Todo eso también con barra libre? Claro que sí.

Una campaña electoral casi podría definirse como el rugby pero al revés. Si de éste se dice que es un deporte de villanos jugado por caballeros; de la política podría decirse que es una actividad noble que se practica innoblemente. Ortega ya se resignó. Pero incluso una campaña casi de guante blanco invita a reflexionar sobre la degradación de la democracia liberal si no se legisla adecuadamente y si se renuncia a cualquier valor ético en la pelea por el voto.

Vote por...

Hay formas y formas de pedir el voto. Hay dos señuelos ante los que conviene estar prevenidos: voto según pacto y el voto en clave nacional. Parece poco respetuoso con Andalucía pedir el voto contra Pedro Sánchez o contra Ayuso o contra Abascal o contra Rufián; y en todo caso votar así no resolverá ningún problema de la comunidad. Por supuesto, será inevitable que después se hagan lecturas nacionales de los resultados, pero parece chusco tratar de que el resultado obedezca a las lecturas nacionales. Después la cuestión de los pactos. Pedir el voto para evitar que Vox entre en una futura ecuación o para evitar otro Frankenstein como el que permite gobernar con Podemos junto a Bildu o Esquerra. La lógica es un hombre, un voto... y que cada cual vote la opción que le interese. Se vota partidos, y sólo hay papeletas de partido. En ninguna pone PP+VOX o PP+Cs o PSOE+PA+AA+AL+PACMA.

Sólo tras el recuento, cuando se conozca la representación de la soberanía popular en 109 escaños, y sólo entonces, llegará la hora de la aritmética. Es falso que votar a Moreno sea votar a Vox, como se ha oído insistentemente en campaña. Votar PP es votar PP como votar PSOE es votar PSOE. Si Moreno tiene 55 o poco más o menos, Vox está fuera. Si tiene 52 y Juan Marín tiene 3, Macarena Olona no llegará a tomar posesión con Vox fuera y Cs dentro. Pero si los ciudadanos votasen menos a Moreno y más a Vox, sería una opción, como también lo sería que se abstuviera Inma Nieto, como ha dicho que considerará, en lo que también coincide la secretaria general de CCOO, Nuria López, o quizá finalmente lo haga Juan Espadas en función del batacazo o no.

Así que cada cual debería votar lo suyo, pero votar, aunque no sea obligatorio, para estar ahí, en esos 109 del que saldrá un Gobierno. Como decía Rubalcaba, con la indiferencia no se construyen hospitales, con el voto sí... y ahí están el Hospital Militar de Sevilla o el centro de Alta Resolución de Estepona. Hay que votar y por supuesto votar por quien le venga en ganas a cada uno, con el corazón, con la cabeza, con los higadillos o con los tuétanos. Claro que conviene hacerlo con la cabeza. Anguita decía aquello de que "quien vuelve a votar a unos ladrones" se hace corresponsable. Hay cosas que no.

En Andalucía hay buenos motivos para mirar hacia delante sin ira. Por fin ha llegado el 19-J después de una larga precampaña en un año marcado por los presupuestos frustrados cuando el Gobierno de PP y Cs no logró ningún apoyo pinzado entre la izquierda y Vox, por la pandemia, la guerra de Ucrania, la electricidad y la inflación. Así que a votar; y después, ya sí, a la playa. El verano no va a llegar, como ironizaba Napoleón Dynamite, porque lo prometa un candidato.

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