Tacho Rufino

Inflación... ¿hasta reventar?

el poliedro

Un gran aumento del coste de la vida es síntoma de una enfermedad grave: confiemos en que sea transitorio, pero...Feijóo lo tiene claro: bajar impuestos; ni Friedman lo hubiera prescrito con tanta seguridad

02 de abril 2022 - 01:53

Sobre qué causas, y en qué proporción, están detrás del aumento generalizado de precios de los bienes y servicios -de la inflación- no hubo acuerdo entre los monetaristas de Milton Friedman y la Escuela Austriaca; no pretenderemos que lo haya entre Pedro Sánchez y Núñez Feijoo. Sobre las estrategias para combatir la inflación cuando se va de madre tampoco existe consenso: son muchos los factores influyentes y los intereses contrarios. De las proclamas ad hoc de los grupos extremados no merece mucho la pena hablar. Vox está a sus carnazas de miedo, epidermis y carótida, como los estuvo la constelación Podemos cuando era adolescente. Hoy, en estos momentos graves, la izquierda de la izquierda vuelve a ostentar su candidez de aula magna y su anticapitalismo congénito... aunque -¡albricias!- la sorpresa de la semana ha sido la bajada de los púlpitos ateos por parte de Gabriel Rufián: "Hablamos [la izquierda] de temas que no le interesan a nadie; dejemos de militar en la moral y empezar a militar, también, en la utilidad". ¿O se habrá caído del mismo caballo que San Pablo, que tras el accidente dejó de ser azote de cristianos para ser su líder más visionario? Bueno, no será para tanto: pero es algo.

La inflación corroe el poder adquisitivo de las personas, sobre todo las asalariadas. Provoca anticipaciones temerosas o especulativos de consumidores y productores, y tales comportamientos realimentan el proceso. Suele tirar hacia arriba de los salarios, o bien la paz social de los territorios puede verse dinamitada. Hace daño al sector bancario, que ve cómo las cuotas de amortización de los créditos son las mismas que se contrataron con sus clientes, pero tienen menos valor. Relacionado con esto último, los tipos de interés también tenderán a subir. El pánico contenido que surge ante los misilazos y muertes en la otra esquina, los lineales desiertos, el kiwi a 9 euros y las colas de las gasolineras, y provoca sueños de la razón, ¿o son monstruos?: no falta quien afirma que la banca, tras ver durante muchos años su negocio principal -el crédito- dinamitado por los tipos de interés, está haciendo lobby en este sentido. Otros sólo ven a Sánchez desde que se despiertan, e incluso antes de abrir los ojos. Pero, por mucho que nos empeñemos, el componente principal de la inflación en curso no es el Gobierno, sino la guerra rusa contra Ucrania, y la energía. Cierto es que, como hizo Sánchez en los tiempos felices, vincular sin mayores topes los salarios a la inflación fue una medida miope y sociolectoral que va a potenciar como un bumerán la carestía de la vida. Pero de ahí a imputarle al Ejecutivo el mogollón del león del incremento vertiginoso de los precios... va un mundo, uno ideologizado y artero.

Mientras, Feijóo hace una oposición sensata -no lo era tanto el mimetismo arrastrado que Casado hacía de los okupas de las esencias patrias, Vox-. Pero, aun así, el nuevo-viejo líder popular exige que, para atajar la inflación, el Gobierno debe bajar los impuestos. Como si tal esquema de causa/efecto o enfermedad/tratamiento fuera algo de cajón, como lo es el aceite para las espinacas: ni monetaristas ni austriacos lo tendrían tan claro. Un periódico de nombre económico y corte liberal sí lo tiene clarísimo: no busquen muchos otros defensores del "¿Inflación? Hombre, ¡baja impuestos ya! Si es de cajón, por Dios". Pero nada que objetar a la constancia ideológica. Aceptemos bajar impuestos como animal de compañía en la antesala del infierno: la política es mucho de "ya que el Pisuerga pasa por Valladolid". Si apelar a la utilidad y al pragmatismo en tiempos de zozobra es algo exigible a la política, ponerse de acuerdo acerca de qué utilidad, eso es otra cosa.

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