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Previsión El tiempo en Sevilla para este Viernes Santo

La corriente del río me llevó más arriba. Solo un poco más. Siguiendo el curso que llega hasta Sanlúcar me quedé en la ciudad donde el agua ya es navegable y el río se estanca tranquilo y pudoroso para no perturbarla. Aquí las cosas, lo sé ahora, son menos naturales que allí. La gente no mira a la gente, ni saluda quitándose el sombrero, como sí que hacen los abuelos de mi pueblo, durante sus largos y tempraneros paseos en las mañanas invernales. No hablan del tiempo ni de cómo afectarán estas lluvias torrenciales a las tierras que esperan pacientes, como el jornalero, a que brote de ellas la vida de un día para otro. La vida, aquella que en esta orilla pasa rápida, muy rápida, veloz. A veces tanto que me quedo sin aire y tengo que llamar a algún amigo para que me ayude a recuperarlo. Nadie repara en nadie y si lo hace es muy por encima, sin ahondar en más excusas que la de un café a la italiana. Tan solo existe una excepción: estar dentro de la rueda. Si uno lee mucho y se informa mucho y observa con detenida atención sabrá cuál es esa rueda. Seguro que ya la tendrás en mente. Esta ciudad está llena de pistas. Migas de pan que recoger para sentir que de esa forma (la establecida por los siglos de los siglos y amén) eres sevillana al fin. No como siempre creíste, sino de otra forma. De esta. Porque aquí la vida se mide en primaveras y en logros y da igual lo que supieras hasta ahora. Tienes que aprender de nuevo a sumar para saber en qué época del año estás. Y cuando la ciudad está más desnuda, lejos del bullicio y el seseo miarmero, cuando el aire pesa más y el asfalto se derrite, todo vuelve a empezar. De pronto. Como si nada. Es entonces cuando el contador se pone a cero y la historia está de nuevo por escribir. Folio en blanco y meses por venir en el horizonte. Es maravilloso contemplar esa metamorfosis desde fuera. Sin el contagio incondicional de la defensa de un barrio, de una hermandad, de un equipo de fútbol, de un sentimiento. Desde el aséptico punto de vista de alguien que ve que esta ciudad tiene penas y glorias, tiene siglos y futuro, tradición y vanguardia. Pero que aún le queda mucho. Mucho más de lo que son capaces de atisbar los ojos enfermos de sus incondicionales pretendientes, que son muchos, demasiados. Mucho más que quien ve en ella solo la belleza de su luz y sus plazuelas. Porque le falta casi lo más importante: abrirse al mundo y a sus ideas y brindarle oportunidades a los nuevos amores que lleguen a su puerto. Como aquellos barcos. Porque solo los que son capaces de ver sus defectos para mejorarlos son los que la quieren de verdad.

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