Bicheo por la TDT

Fátima Díaz

Muñecos rotos, mentes chapuceras

17 de diciembre 2016 - 02:39

Más que Chapuzas congénitas debería llamarse Mentes chapuceras porque lo que hay que arreglar a los pacientes de los doctores Terry Dubrow y Paul Nassif no es el físico, sino la cabeza. El título original de este docurreality norteamericano es Botched (Frustrado), Botched by nature (Frustrado por la naturaleza) en la última y cuarta temporada emitida en el canal E! Aquí la traducción es bastante desacertada, pues 'congénito' lo único que tienen los protagonistas, auténticos muñecos rotos, es su adicción por la cirugía estética. En algunos casos, las 'chapuzas' las ha provocado precisamente ese afán por tener un físico perfecto; casi ninguno se encuentra en tan necesitada situación por un error de la naturaleza, más bien por uno o varios errores humanos, de otros cirujanos plásticos tales como Dubrow y Nassif, quienes, dicho sea de paso, parecen estar por encima del bien y del mal.

Silicona descolgada, labios a punto de explotar, rinoplastias llevadas al límite. En el programa de Be Mad somos testigos del arreglo (ante las cámaras) de lo que otro cirujano dejó hecho un desastre. En un país como Estados Unidos, en el que el nivel de destrozos de la cirugía estética es proporcional al elevado número de operaciones que se hacen, no es de extrañar que existan programas como éste. Aunque la temática sea la misma, no deberían meterse en el mismo saco los casos enfocados a corregir senos excesivamente aumentados que hacen imposible una vida normal, con los Barbie o Ken cuya mayor pretensión es parecerse lo máximo posible a muñecos, o a su ídolo, tipo Michael Jackson, cueste lo que cueste, inconscientes que ignoran que pueda costarles la vida.

A pesar de ser una emisión explícita en la que las operaciones se ven (o disfrutan, allá cada cual con sus filias) los resultados suelen conseguir la felicidad de los participantes. No hay moralina en este espacio, cada uno acude libremente y son los doctores quienes dicen frente a la cámara si el problema tiene o no solución, pero en ningún caso juzgan las operaciones ni el haberlas hecho en condiciones lamentables por ahorrarse unos dólares. A veces hay participantes anónimos, cierto, pero la inmensa mayoría son juguetes rotos de la televisión, novios de o similares. En España, donde estos personajes se multiplican al amparo de realities de poca monta, sería la parada perfecta si el programa decidiera vender sus derechos alrededor del mundo. Nunca un cambio de imagen gracias al bisturí había dado tanto que hablar como en su día lo hizo el de Loly Álvarez (Crónicas Marcianas) o más recientemente Ylenia Padilla (Gandia Shore). ¿No sería el momento ideal de tirar de agenda y llamar a Yola Berrocal, Malena Gracia o Sonia Monroy para que se miren los retoques que ya van cumpliendo años?

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