Ala economía española le cuesta mantener la productividad (relación entre PIB y empleo) cuando crea empleo. La tónica general de los últimos cincuenta años ha sido el descenso sostenido de la productividad, puntualmente interrumpido por las crisis económicas y su repercusión sobre el empleo. La del coronavirus ha sido la excepción. El PIB cayó en picado, pero se mantuvo el empleo, aunque se trabajaron menos horas. El resultado de la combinación en 2020 fue el descenso de la productividad por empleo en un 5% (en promedio intertrimestral y medido en puestos de trabajo equivalente a tiempo completo), pero también un modesto aumento del 0,12% de la productividad por horas trabajadas, lo que indica que se mantuvo el empleo, pero se redujo la intensidad del trabajo. En 2021 se produjo un aumento de la productividad, reflejo de la comparación con el fuerte recorte del año anterior y del progresivo retorno a la normalidad, que se mantuvo durante 2022.

El INE confirma que los efectos de la pandemia desaparecen de forma progresiva y que desde el segundo trimestre del pasado año la variación interanual en la productividad por trabajador es negativa y creciente (-1,8% en el cuarto trimestre de 2023). En el caso de la productividad por hora trabajada, la evolución también es descendente, aunque no se convierte en negativa hasta el cuarto trimestre del pasado año (-0,76%), indicando que el mantenimiento del empleo se consigue, al menos en parte, a costa de la reducción del número de horas trabajadas, probablemente debido al aumento del empleo a tiempo parcial y quizá también al misterio de los fijos discontinuos sin actividad, sobre los que la vicepresidenta Díaz insiste en negarse a informar.

También en Europa viene cayendo la productividad desde hace décadas, pero el problema para España es que la distancia no deja de aumentar. El último dato de la OCDE indica que somos el país, entre los avanzados, donde la caída ha sido más intensa (-3,8%) desde 2018. Invertir la tendencia exige que el PIB crezca más que el empleo y para ello son necesarias reformas que permitan mejorar el capital tecnológico y humano (educación), el stock de capital público y privado, la regulación laboral y la eficacia de las instituciones. También influye la estructura productiva.

En una economía de servicios, como la española, la productividad laboral será normalmente inferior a la de otra manufacturera o industrial, debido a que la relación trabajo/capital es mayor en la primera. Pero también lo contrario es cierto. Si la productividad del trabajo es inferior en los servicios por ser intensivos en trabajo, la del capital es inferior en la industria por ser intensiva en este factor, lo que normalmente conlleva unidades productivas de mayor tamaño. El déficit de productividad español estaría también explicado, en consecuencia, por el reducido tamaño de sus empresas. Desde esta perspectiva, lo relevante no sería el análisis de la productividad agregada, al margen de la especialización, sino la comparación a nivel de sectores y la observación de la variación de las diferencias en el tiempo, que, en el caso de España, deberían ser un serio motivo de preocupación.

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