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Ramón Tamames, grotesco epílogo

La moción de censura de Vox no sirve: ni va a cambiar al presidente ni va a señalar a un futuro líder. Tamames, con la evolución ideológica más que asentada, subirá a la tribuna para defender las tesis de la ultraderecha

Tamames prepara la moción de censura junto a Vox.

Tamames prepara la moción de censura junto a Vox. / Mariscal / efe

RAMÓN Tamames va a ser quien pierda la moción de censura de Vox contra el Gobierno, aunque él, realmente, pierde poco. El lunes la presentará Vox, que habría tratado de implicar a otros candidatos como Rosa Díez, Joaquín Leguina o Paco Vázquez, los tres con origen en el PSOE y militantes activos en la disidencia antisanchista. Todo indica que le dieron calabazas a Abascal. Será la sexta de la democracia. De las que solo prosperó la de Pedro Sánchez contra Rajoy en 2018. Así que Tamames, político ya retirado, de 89 años, es el elegido por la ultraderecha, parece que a propuesta de Sánchez Dragó, para cantarle las cuarenta a Pedro Sánchez y ponerle la cara colorada al PP. De eso va la moción, ya que no puede ir de ganar ni de tumbar al presidente.

Del PCE a la moción de Vox

Tamames es un tipo con una trayectoria curiosa: miembro del comité ejecutivo y diputado del PCE hasta que en 1981 abandonó el partido. Fundó la Federación Progresista, que estuvo en el germen de IU. En 1989 entró en el centro Democrático y Social, el canto del cisne de Adolfo Suárez. Es decir, que Tamames había hecho ya todas las transiciones ideológicas posibles hasta prestarse a la pantomima de Vox, que completa su tránsito político. Tras una larga vida académica, intelectual y dedicada a los negocios, se dispone a subir a la tribuna del Congreso para defender una moción de censura del partido que reclama la memoria del franquismo. Hay detalles que sí importan o deberían importar a un veterano comunista que luchó contra la dictadura. Posiblemente Vox se quede solo. Su principal anatema, el PP, ya la ha calificado de poco menos que de ocurrencia y la nueva dirección de Cs se ha desmarcado.

El viejo comunista frente al PSOE

Por lo que sabemos, Tamames se dispone a hacer una defensa cerrada de la Constitución, aunque Vox maneja un ramillete de propuestas que no tienen cabida en la constitución salvo reforma imposible: supresión de las autonomías, acabar con el Tribunal Constitucional, ilegalización de los partidos contrarios a la unidad de España o modificación del sistema electoral. Esas quimeras sumadas a sus políticas radicales de derechas tienen a Vox en una esquina imposible y alejado de cualquier consenso básico. Tamames va a coger esa bandera.

No se sabe si por un sentido del compromiso patriótico o por renovadas ganas de jugar de nuevo a la política. E incluso persiguiendo un postrero minuto de fama warholiano. O por ego, ese enemigo interior. En cualquier caso, haría bien Sánchez en no despreciar ese acto. Básicamente porque mientras que para Vox es algo parecido a una gamberrada y una provocación más, para Tamames es la oportunidad de cincelar una especie de legado político. Siempre funciona bien la idea del viejo comunista que hoy defiende la idea de España junto a Vox frente a PSOE y UP. Tamames, un tipo inteligente y con un discurso sólido, no tiene nada que perder y saldrá aplaudido de las Cortes por todos los enemigos del Gobierno más allá de los partidos, al que sacudirá sin piedad como Ejecutivo felón y criticando al PP por su blandenguería y cobardía política. Las mociones de censura en España son constructivas –se propone a un nuevo presidente del Gobierno– y continuistas –la legislatura se agota– y eso no va a prosperar. Ni siquiera se señala –con Tamames al frente– a un posible líder para el futuro de España. Por eso la moción de Vox & Tamames no deja de ser una grotesca pérdida de tiempo.

La gente de bien y la gente de mal

Si existe la gente de bien es de suponer la existencia de la contraparte: la gente de mal. A Feijóo le traicionó el subconsciente o le falló la improvisación o simplemente al improvisar se le activó el resorte oculto que le lleva a distinguir entre el bien y el mal y las personas que lo encarnan. Podría haber pasado más desapercibido el resbalón si se hubiera producido en otro contexto. Pero su apelación al presidente Sánchez para que "deje de molestar a la gente de bien" iba inserto en un debate en el Senado sobre la Ley trans, un texto que sin duda se presta diatribas y diferencias.

Admitamos que no ha sido fácil encajarla en el marco legal. Ha sido una ley complicada de manejar políticamente –entre los propios socios de Gobierno socialmente e in incluso entre el propio feminismo, donde ha dejado su huella en forma de profundas cicatrices–. Las diferencias y tensiones se concentran en la llamada autodeterminación de género, por la cual una persona puede cambiar de nombre y sexo en el DNI solo con decidir, sin tener que acreditar y ni justificar absolutamente nada. Y existe una división aún mayor con la posibilidad de que se ese cambio sea a partir de los 12 años mediante autorización judicial y a partir de los 16 sin requisito alguno. Es un quiebro a la ley, la costumbre y la cultura de país lo suficientemente relevante como para justificar severas discrepancias políticas y sociales. Lo que no se justifica es hacer una divisoria entre quienes apoyan la ley se supone que la gente de mal –y quienes viven espantados ante la ley -la gente de bien–, básicamente porque el bien y el mal legal lo establece la ley. Ni la moral ni la religión ni la costumbre ni la alcurnia trazan la línea del bien y el mal.

No molestar

Pero en la intervención de Feijóo hay además un verbo –"molestar"– que encierra una importante carga psicológica. Avanzar en derechos por discutibles que sean no puede considerarse molestar a otros. Es cierto que la izquierda se caracteriza por su afán –a veces mal medido– de transformar la sociedad, y es posible que ese encomio inquiete a gente que prefiere el statu quo, el orden de casinillo de toda la vida. Un país como dios manda. Pero en una democracia como la española son los votos y la capacidad de acuerdo entre partidos lo que modifican las leyes. No hay un órgano superior de la moral para dictaminar qué sí o qué no encaja en nuestro esquema de país. Es eso lo que latía tras esa simple frase de Feijóo articulada contra el crono de la cámara alta. Feijóo debería improvisar menos, le va mal y se vuelve demasiado transparente. Es mejor que se ajuste al lenguaje de madera de las fichas que le redactan para sus intervenciones. Ese lenguaje artificial, montado pieza a pieza, de ingeniería política, sin alma y destinado a blindar al compareciente. De lo contrario corre el riesgo de decir lo que siente y lo que piensa. Mal negocio. Especialmente si cree que España se divide entre gente de bien y de mal en función de su posición sobre leyes que se debaten en las cámaras parlamentarias y que tienen por objeto extender derechos y proteger a las minorías.

Suicidios, avances legales por unanimidad

Política sencilla, acuerdos fáciles, lógicos y necesarios: una proposición no de Ley de Más País aprobada por unanimidad –340 votos a favor– para crear permisos laborales de hasta dos semanas para los acompañantes de personas que estén en un riesgo inminente de suicidarse. Serían permisos retribuidos y concedidos por médicos y psicólogos que estén atendiendo al paciente por alto riesgo de quitarse la vida y consideren que esa persona debe estar acompañada de alguien de su entorno. La idea es incluir la PNL en el marco del diálogo social. El suicidio ha sido durante mucho tiempo la enfermedad silenciosa, como casi todas las enfermedades mentales. Dolencias que estigmatizan a quienes las padecen. El mérito de Más País esta legislatura ha sido colocar ese asunto en primera línea del debate político.

Los datos son tan desconocidos como escalofriantes: cada día se suicidan una media de once personas en España (el 75%, varones). Durante 2021, que es el último dato disponible, se suicidaron 4.003 personas en España, un 1,6% más que en el año anterior. El año con más suicidios registrados en la historia de España y se tienen datos desde 1906. La información la ha recogido el Observatorio del Suicidio. Las defunciones por suicido infantil (menores de 15 años) marcaron otro triste récord: 22 personas se quitaron la vida en esa edad. Y entre los 15 y los 29 años el suicidio es la principal causa absoluta de muerte: 316 defunciones al año frente a 299 en accidentes de tráfico, por ejemplo. De hecho, el suicidio es la principal causa de muerte no natural en España.

El mérito de Más País y el valor de unos votos

Hay mucho por hacer en este ámbito, se necesitan más profesionales y más medios en general, pero se avanza. Este es un buen ejemplo del valor del voto a formaciones minoritarias. Mas País, con Íñigo Errejón al frente, tres diputados y 600.000 votos, ha liderado este debate durante los tres últimos años y ha logrado con seriedad y propuestas abrirse paso, pese al desprecio inicial y la estulticia de algún diputado en el pleno del Congreso cuando lo planteó.

Los medios también deberían adaptar a los tiempos sus límites deontológicos y de estilo para informar sobre los suicidios. Hasta ahora la mayoría no suele contar cuando alguien se quita la vida atendiendo al llamado efecto imitación o efecto Werther desarrollado por el sociólogo David Philips quien demostró en 1974 que el número de suicidios en Estados Unidos se incrementaba durante el mes siguiente que The New York Times publicara alguna información relativa a suicidios en su portada.

La mayoría de medios ha borrado de un plumazo las informaciones relativas a este asunto. No se trata de eso. La OMS hace años que pide que se informe pero de manera "adecuada, exacta y útil" para que tenga efectos beneficiosos para la sociedad. De eso se trata.

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