Tramos de vida, Jaime, y de nombres que te acompañarán siempre. Todos los nombres. No llegaste a nuestra hermandad, que sería otro hermoso de tantos caminos para descubrirla: te nacieron a ella. He visto todos esos nombres que con la delicadeza de la hermandad os ha dado sitio en la lista de la cofradía. El pasado año y este, estrenáis ruán en el corazón. Así, en presente. Porque crecer en la transmisión de la fe no se detiene aunque la espera se sueñe.

La cofradía podría proponerse como una perfecta metáfora de la vida. Es un itinerario personal y anónimo. Tiene sus tiempos, como una peregrinación. La salida de la cofradía es expectación. Emociones anudadas. De la mano de la memoria, de los encuentros personales entre los tramos. Amigos crecidos en el calendario que -realmente- cuenta cada Pascua como un nuevo año. De la clausura del patio de los naranjos en ese mar estanco de cruces en espera de que atraviese el portentoso y frágil equilibrio del Crucificado. De hermanos costaleros, monaguillos, servidores, acólitos. Cuántos estrenan promesas cada año. Todo va llegando…de los hermanos de blanco luchando con que no les venza el sueño para ver su cofradía de negro. Mirada asombrada que no olvidarán jamás. La segunda parte de la cofradía encendida y preparada para salir. Todo siendo eterno es nuevo. La recogida es regresar por el camino más corto a los espacios de la vida.

Esta pandemia nos ha robado el abrazo a nombres muy queridos que han partido para el Amor definitivo. Aprende siempre de estos hermanos. De cómo vivieron su hermandad. Discretamente y tan llena de verdad. De Rafael, de Luis, de tantos que amaron lo que ahora alumbra vuestras vidas. Nada en la travesía de la vida -ni el dolor, ni las ausencias- podrá oscurecer la luz y el amor de Cristo. Acudid a él en la papeleta de sitio -sin fecha- de cada día. Y ahí, apretada contra tu corazón, podrás decir: "Estoy".

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