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Juanma Moreno, Iván Redondo, Pedro Sánchez, Susana Díaz, Beatriz Rubiño, Teresa Rodríguez, Sergio Romero, Juan Marín, Francisco Serrano y Alejandro Hernández

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El aleteo de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo… ese proverbio chino, convertido en axioma popular por la Teoría del Caos a propósito de la interrelación de hechos aparentemente lejanos, podría usarse en política. Naturalmente, que Vox vote con la izquierda en el Parlamento andaluz o que el presidente ofrezca plataformas de diálogo a la líder de la oposición en lugar de aceptar sus pulsos parlamentarios no son cosas que no sucedan por generación espontánea. En el mundo bipartidista, todo era más sencillo; ahora interactúan más dinámicas. El estornudo de un diputado en San Jerónimo puede provocar un huracán en Andalucía; y los debates sobre las mesas de reconstrucción o la moderación pactista de Ciudadanos acaban por agitarla estabilidad del tablero.

Vox ha optado por romper con el rol de ‘colaborador necesario’ en la coalición gubernamental. Es una decisión estratégica, con la coartada de la dinámica pactista de Ciudadanos, cuyos líderes tratan de recuperar el carril central rompiendo la lógica de la foto de Colón al consensuar iniciativas del Gobierno de las izquierdas. Al partido de la extrema derecha les sirve para marcar territorio identitario frente a ‘la derechita cobarde’, por más que  San Telmo rehúya las provocaciones, con la convicción de que no llegará la sangre al Guadalquivir junto a San Telmo. Vox, en todo caso, ha votado con PSOE y AA para reivindicarse como oposición señalando a C’s, pero también para alejar los focos del escándalo Serrano por la subvención fraudulenta. Y con éxito. Alejandro Hernández le acusa de no entregar el acta. Vox asume, sin más, el coste de posponer un plan de empleo. Quieren marcar su peso, persuadidos de que la realidad no es la que hay en el Parlamento andaluz, donde C’s tiene 21 escaños y Vox 12, sino en el Congreso, donde Vox es la tercera fuerza con 52 escaños  por 10 de C’s. 

Esto golpea contra la estrategia de C’s que pasa por rentabilizar su rol de socio del ‘Gobierno del cambio’ –la realidad sí son sus 21 escaños, la vicepresidencia, las cinco consejerías– ignorando las provocaciones pero también tratando de ignorar la apuesta del propio partido en Madrid, incómoda en Andalucía, donde los de Marín han de sortear un puñado de contradicciones, como el caso del tránsfuga en Málaga,  manteniendo una línea crítica con el legado del PSOE. Esa esquizofrenia delata un partido con las costuras divididas. Nadie pensaría en una crisis de

Gobierno, eso sí, al menos hasta oír a Sergio Romero hacer un elogio desaforado de la consejera de Igualdad. A partir de ahí quizá sí. C’s está muy desajustado, aunque el poder los cohesione, a diferencia de Adelante Andalucía, donde la guerra civil es inevitable con la marca al retortero. Y Teresa Rodríguez no admite ninguna complacencia con el PSOE después de 37 años  de hegemonía en el poder. 

Al PSOE le sucede aquí con Ciudadanos como a Ciudadanos con el PSOE: sus estrategias difieren de Madrid, pero han de simular que están alineados con Madrid. Ahora son sanchistas de segunda generación. Y eso supone apoyar un pacto con Podemos aunque aquí a menudo sean objeto de desprecio. Todo esto contribuye a que el PSOE no logre tener  el protagonismo que debiera. Parecen como personajes de Pirandelo en busca de autor. Tal vez sea un problema de liderazgo, o de confianza, o de melancolía por el poder, o sencillamente de desubicación, porque si les frustra el apoyo a C’s, tanto más con Bildu o ERC. No saben si ser un azote o un partido institucional. Esta semana Beatriz Rubiñoconfrontaba duramente con ellos por la desorientación educativa y después les reprochaba que “en materia educativa no se puede confrontar”. La escapada de la Mesa de Reconstrucción se les ha vuelto en contra, y Susana Díaz ha visto cómo entretanto Vox daba al PSOE la Mesa de Reconstrucción en Madrid o votaba con ellos por la extra sanitaria o por abortar el pleno extraordinario para el Plan Aire. El presidente pudo aprovechar eso para reprocharle un doble rasero: “no puede ser que Vox le venga a usted bien para tener la alcaldía de Torremolinos o para que saquen iniciativas adelante”. 

Juanma Moreno ha interiorizado el rol presidencial, uno de cuyos rasgos es no responder a las preguntas de la oposición, sino tratar de que la sesión de control al Gobierno sirva para controlar a la oposición. Se diría –no corren grandes tiempos para el parlamentarismo– que ha aprendido mucho de Iván Redondo. El propio Sánchez, cada semana, evita responder al líder popular y simplemente le dice: “si quiere negociar, aquí tiene mi mano; si no, ahí tiene a la ultraderecha”. Moreno avanza en esa dirección, y esta misma semana tendía así su mano a Díaz: ‘si quiere negociar, le ofrezco una reunión semanal con usted para que  pueda tener toda la información que requiera de manera oficial sin ningún tipo de rencor y trasladar sus propuestas; y si no, ahí tiene a los anticapitalistas’. A sabiendas, además, de que no tiene siquiera a los anticapitalistas. “Dado que la hoja de ruta de acoso y derribo de la izquierda al gobierno ha fracasado, lo que les pido es unidad, unidad, unidad” o “Lo único que le pido al PSOE es que si no quiere apoyar al Gobierno, al menos que no estorbe”… No, no son frases de Moreno al PSOE, sino de Sánchez al PP, pero es fácil revertirlas cambiando las siglas. 

Tal vez la Teoría del caos pueda ordenar todo esto, o no fácilmente, pero en definitiva los efectos laterales se multiplican: la crisis de Vox, la ruptura de Adelante Andalucía, la esquizofrenia de Ciudadanos, la depresión socialista o los retos para la reconstrucción que no podrán afrontarse con estrategias de propaganda desde San Telmo. Más allá del tacticismo en el tablero, hay que reconstruir un paisaje catastrófico con demasiados perdedores de la pandemia.

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