El parqué
Jornada de avances
La Historia es larga, y la de cada uno es una vida, una historia corta, no sonada ni escrita: la de los millones que hacemos de comparsa de la historia visible y registrada, que Unamuno llamó intrahistoria (palabra mal usada ahora continuamente con un significado de “intríngulis”). La historia se te pone de frente, o más bien se te pone detrás. Mencionas en cualquier clase y como lo más consabido del mundo a alumnos de cuarto de carrera la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría y, salvo algún curioso, ninguno pone en pie esos hitos.
Tras la Segunda Gran Guerra y la liquidación de la Alemania hitleriana y el bombardeo devastador sobre Japón, la Guerra Fría fue una guerra silente, pero con una latente y algo impostada amenaza de nuevo conflicto nuclear entre la Unión Soviética (Rusia, hoy) y Estados Unidos. Cada uno con sus órbitas militares, neocoloniales y comerciales. Obviemos por un momento a China, que ya es obviar.
Las formas cambian más rápidamente que las profundas corrientes de intereses de las grandes potencias. Habitantes somos usted y yo de un fenomenal y poliédrico espacio político, comercial, financiero, social y legislativo, la UE. Que fue precedida por una confederación del carbón y el acero que alió a Francia y Alemania a cascoporro, ya bajo el imperante poder militar y geográfico de Estados Unidos. Dos grandes naciones ávidas de materias primas estratégicas. Enemigos naturales –y de fronteras mestizas– por la posesión de recursos para una sociedad industrial. Un acuerdo que, con el tiempo, entendió que era conveniente crear mercados a cambio de otorgar capacidad de compra a países periféricos: el Mercado Común. Germen de un expansivo oasis en este pequeño planeta: la UE.
Súbitamente, la UE se encuentra convulsionada por un triángulo de lo más escaleno cuyos lados y ángulos son la reproducción dinámica de tres factores. Primero, la amenaza de Rusia, para quien Ucrania es sólo una primera fase de reconquista; su aún temible potencia militar se chulea de espacios aéreos anejos y centrales de la UE: Estonia, Polonia o Bélgica, la capital política de la Europa democrática. Segundo vértice, el desprecio a la UE con un histérico susto arancelario de EEUU; siendo “América” el líder natural del sistema de defensa occidental, la OTAN. Enfrascado Trump con denuedo y no poco éxito contra las regulaciones comunitarias. Que infligieron e infligen multas fenomenales a empresas tecnológicas estadounidenses, que son la otra pata del país más poderoso del planeta junto a su imbatible poder armamentístico. Tercer vértice, el surgimiento de nacionalismos patrióticos en cada vez más países de la propia UE, que se oponen, palmeros endógenos de Trump, a la descarbonización y a la Agenda 2030. Todo ello predice que la UE perderá buena parte de su incomparable bienestar social por el imperativo de dedicar a Defensa enormes volúmenes de su PIB y sus presupuestos.
Desde esta cómoda periferia enfrascada en peleas de perros hispánicos, será una pérdida brutal de fondos europeos. Afrontar eso es el principal deber del Gobierno español, ese castillo de arena. Y, más, del Gobierno andaluz.
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