La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
PODRÍA tener muchos galardones en esta vida cofradiera sevillana. Lo mismo comparte cuchara de palo con el cardenal Amigo que una berza jerezana en casa de Fernando Cano. Hace cinco años que los cabales del Jarrillo de Lata lo distinguieron con su galardón. Caballero de San Clemente, en la cercanía de cuyo convento repujó obras que forman parte ya del patrimonio más importante de nuestras cofradías.
Tiene antigüedad suficiente en su hermandad de La O para que su número de hermano se cuente con una sola cifra, pero sobre tantos y tantos motivos que tendría para presumir hay un título, sólo uno, que le saca la sonrisa socarrona y le hace que brillen los ojos.
De lo que más orgulloso se siente es de cuando atraviesa el dintel del templo para ver al Nazareno de Triana y lo saludan con cariño como el abuelo. Toda su vida cofradiera y de sevillano cabal, que es incapaz de ir a un acto de la cofradía sin corbata, tiene para él sentido, ahora que sus sienes están plateadas, porque todos le llaman el abuelo.
Monaguillo del palio en la fatídica tarde del atropello del tranvía en la calle San Jorge o auxiliar de la priostía que montaba altares en la inundada calle Castilla para que se pudiera acudir a misa en viejos carromatos. Cofrade de una sola hermandad, como pocos hoy día, forma parte de una generación que no tenía que consultar las reglas para tomar ninguna decisión porque siempre se anteponía el espíritu de hermandad.
Cuando lea estas líneas se sorprenderá y me preguntará por qué escribo esto, pero creo que ya iba siendo hora en mis muchos años de periodista que le hiciera este reconocimiento. Es mi padre. Nos ha enseñado a todos a querer a nuestra hermandad y se merece la gratitud de su familia, pero lo que a todos nos hace más felices es que él de lo que se siente más orgulloso es de ser simplemente el abuelo, el abuelo de un costalero del Nazareno de Triana, mi hijo.
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