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Antonio montero alcaide

Escritor

Alcázar de la Puerta de Sevilla

Pocos lugares hay para atravesar los milenios, con pocos pasos, en un intervalo fabuloso

Atribuir a la prensa el carácter de "cuarto poder" alguna relación tendrá con la perversa práctica de matar al mensajero. Pero, sin necesidad de llegar a tal estado de la cuestión entre instancias poderosas, la prensa tiene asimismo poder de influencia. Por eso, a modo de muestra, el Alcázar de la Puerta de Sevilla, de la ciudad de Carmona, ha adquirido notoriedad periodística -dígase también mediática- a poco que el New York Times lo encumbró, en noviembre del año pasado, por su relevancia histórica y monumental. Razones hay para ello y solo basta con acercarse a la luminosa ciudad que corona los Alcores a fin de cerciorarlo, pues pocos lugares cuentan con un tránsito en el que puedan recorrerse los milenios con solo atravesar el intervalo de una puerta. La de Sevilla, en el alcázar que lleva su nombre, también conocido como el de Abajo, por encontrarse en una cota más baja que el de Arriba. Este con la preferencia y los cuidados del rey Pedro I, en el siglo XIV, y donde se alza un Parador desde cuyos ventanales y terrazas pueden contemplarse los esplendorosos desperezos del orbe y los embelesadores reclamos de los crepúsculos en la bóveda de los cielos de la Vega.

El profesor Alfonso Jiménez Martín, al que se deben destacados estudios de la Puerta de Sevilla, en Carmona, asistido por la ficción -la parábola- de la novela de Saramago La balsa de piedra, considera que en esa flota, desgajada la península ibérica como navío mayor, no faltarían barcos, también podrían tenerse como pequeñas islas, entre los que debería estar Carmona, por "tener noticias ciertas de su tendencia secular a la insularidad, de su irrefrenable deseo de plantarse en medio de la Vega como un portaviones pétreo, la mejor y más moderna trirreme de la flota cartaginesa, o quizás a la manera del buque insignia de César o tal vez como último crucero de la flota de Don Pedro, rumbo al combate de Actium que se dio en Montiel".

De manera que atravesar ahora el intervalo que flanquean dos puertas milenarias, una romana, hacia el interior del conjunto histórico, y otra musulmana, hacia el arrabal, no hace las veces de una retrospectiva máquina del tiempo, sino que constituye un singular ejercicio de contemporaneidad: el paso de los milenios presente en el ordinario curso de los días de hogaño, cuando los carmonenses y numerosos turistas y visitantes llevan sus pasos por donde, siglos y milenios atrás, lo hicieron las civilizaciones. Ya para asentar el errático nomadismo por los arrabales del mundo, ya para defenderse ante el bélico desenlace de las conquistas o los enfrentamientos. Así, este recorrido de pocos metros, de una puerta a otra en la sin par Puerta de Sevilla, en Carmona, es un ordinario modo de estar fuera del tiempo con la extraordinaria presencia de las puertas del tiempo que pasó.

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