La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Entre Amargura y Esperanza

Amargura y Esperanza abren y cierran mi Semana Santa en un abrazo que abarca todas mis devociones y toda mi vida

Hoy, de una punta a otra, queda completa mi calle Feria. Desde el jueves está la Amargura en su paso. Hoy se aparece la Esperanza en el suyo sin candelería, luz de sí misma. Y esta noche asciende el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes a su paso derribando tronos, humillando tiranos, quebrando lanzas, poniendo misericordia donde sin Él sólo hay desprecio, ternura donde sin Él sólo hay odio, triunfo de la víctima donde sin Él triunfaría el verdugo. Y quedando completa mi calle Feria, queda completa mi Semana Santa, de Domingo de Ramos en San Juan de la Palma a Viernes Santo en la Resolana.

Entiéndaseme. He escrito mi Semana Santa, no mis devociones y hermandades. Con sabiduría, siguiendo el viejo Código de Derecho Canónico de 1917, distinguimos, incluso en los títulos oficiales de muchas de ellas, entre "hermandad" y "cofradía de nazarenos". Lo primero alude al culto interno anual con obras de piedad y caridad. Lo segundo al culto externo, a la hermandad echada a la calle, a nuestra Semana Santa. Y sucede que con los años a algunos la Semana Santa se nos concentra y ahonda para hundirse en nuestro corazón y nuestra memoria como un estilete de hoja fina y aguda. Cada vez menos cosas con más hondura. Cada vez menos pasos y más tiempo con ellos.

Ni la Amargura ni la Esperanza fueron mis cofradías: fui nazareno de ruan toda mi vida salvo una madrugada de promesa y tres de gloria. Sé quién es para mí Jesús Nazareno y el Cristo del Calvario, y quien, como para todos los sevillanos que viven y sienten estas cosas, es el Señor del Gran Poder. Estas cinco hermandades y devociones son las que heredé por nacimiento y familia, y son las de mis hijos y mis nietos. Otras hermandades y devociones tengo. Pero si de Semana Santa se trata, Amargura y Esperanza la abren y cierran en un abrazo que abarca todas mis devociones y toda mi vida: la vivida, la que vivo y la que viviré cuando ya, como decía en su agonía el cura rural de Bernanos, todo sea gracia (dicho en sevillano: cuando todo sea Macarena). Y la calle Feria, de la tragedia de la Amargura que cree contra toda esperanza a la alegría de la Esperanza que cree contra toda evidencia, es para mí ese punto de encuentro y equilibrio entre la gravedad y la gracia que Simone Weill ansiaba encontrar, el lugar en el que, como escribió, "la belleza es una marca de la eternidad que seduce a la carne para pasar al alma".

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