Calle Rioja

Francisco Correal

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Bodas de Caná en la cuesta del Bacalao

El actor Antonio Garrido recibe el primer Cántaro de Honor, reconocimiento a los nueve años que lleva en El Palermasso haciendo humor sano e inteligente con la Semana Santa La entrega del premio a Antonio Garrido La galería gráfica con las imágenes del acto

La familia Robles con el actor Antonio Garrido en Robles Placentines.

La familia Robles con el actor Antonio Garrido en Robles Placentines. / Juan Carlos Muñoz

Esta calle Placentines será en unos días una Cinecittá de las emociones, pulmón del abrazo que la fe se dará con la tradición en esta ciudad. Un actor, Antonio Garrido, ha recibido en Robles Placentines el Cántaro de Honor en su primera edición. Tiene que llover a cántaros, cantaba el cantautor extremeño Pablo Guerrero, juglar de la Transición. Que el verbo se haga agua y habite entre nosotros para que lluevan cántaros como el que ha recibido el alma y creador de El Palermasso. “Herir es muy sencillo”, dice Carlos Navarro Antolín haciendo de maestro de ceremonias, “pero hacer reír es muy difícil, y con la Semana Santa más todavía. Un humor sano, limpio y nada mojigato”. Citó el humor de Gila como precursor. De testigos, el consejero de la Junta de andalucía, Jorge Paradela, y hermanos mayores como Ignacio Soro (Gran Poder), Luis Fernando Rodríguez (Baratillo) y Enrique Machado (Dulce Nombre).

El Cántaro de honor es un galardón que han querido instituir Pedro y Laura Robles para honrar el legado que recibieron. Primero de su abuelo Pedro, el pionero de la firma. Después de Juan Robles, grande de Sevilla, que empezó de la nada en la Puerta Osario, junto a otro clásico como El Punto. “Mi padre empezó en El Colmo”, cuenta Pedro Robles, “en una taberna donde estaban apuntados los itinerarios de los costaleros e incluso el dinero que cobraban por sacar los pasos”.

Si hay un oficio que ha sido reivindicado en el pregón de Juan Miguel Vega es el de aguaor, un gremio que ya está en uno de los cuadros legendarios de Velázquez. Antonio Garrido y su hermano Javier, que le acompañaba, han sido aguaores de la hermandad del Calvario. Llegó a Robles Placentines con casi toda la cuadrilla de El Palermasso: Antonio ‘El Pani’ y José Luis Penella. Faltó Isidro El Pillín. Antonio Garrido (Sevilla, 1971) es el cuarto de los cinco hijos de José Luis Garrido Bustamante, pregonero de la Semana Santa de 1990, la última de Pepote Rodríguez de la Borbolla, hermano del Calvario, como presidente de la Junta de Andalucía.

Pasando la Cuesta del Bacalao, la calle Placentines pasa a llamarse calle Cardenal Carlos Amigo. La Giralda es el Faro de Alejandría de las cofradías. En el acto se dieron cita personas que recibieron en su tiempo el Homo Cofrade, esa tertulia que citara en su pregón Carlos Herrera, galardonado ayer en el día de Cádiz y de la Pepa. Galardonados como Manuel Marchena, Joaquín Moeckel o Marcelino Manzano. El delegado diocesano de Hermandades y Cofradías bendijo el acto con una analogía perfecta. Se fue al episodio de las bodas de Caná (donde se encontraba en peregrinación el 8 de julio del año pasado) para recordar que fue la Virgen María la que le pidió a su hijo que convirtiera el agua en vino para no defraudar a los invitados a la boda. “Un gesto que adelanta la Pasión y nos sirve para celebrarla con alegría y con buen rollo”.

El cántaro procede del taller de un alfarero de Lebrija. Es una modalidad de búcaro o botijo. Dale el búcaro, que se muere de sed, que cantan las sevillanas en ese arbotante catedralicio que unirá la Semana Santa con la Feria, la Avenida de la Constitución con la calle Asunción. El año próximo, El Palermasso llegará a su décimo aniversario.

“Me están premiando por hacer algo que me gusta y no me cuesta ningún trabajo hacer”. Nunca se ha oído hablar en esos términos a un actor al recibir un Goya. Habría que darle un segundo cántaro por su lección de modestia y de humildad en este mundo de ombligos superlativos. De casta le viene al galgo. Y la voz tan poderosa como la de su padre, el cronista de la sesión constitutiva del Parlamento Andaluz, de los primeros Carnavales de Cádiz televisados.

Cuando Garrido Bustamante pronunció el pregón de Semana Santa, su hijo Antonio tenía 18 años. Por un par de meses no pudo votar en las elecciones andaluzas que llevaron a Chaves al Palacio de San Telmo. El Palermasso nació ya en tiempos de Susana Díaz, la presidenta metida a senadora y megatertuliana.

Estuvieron las fuerzas vivas: Francisco Herrero, presidente de la Cámara de Comercio; Antonio Pulido, de la Fundación Cajasol, un cordobés muy digital que venía de la presentación en papel del pregón de Juan Miguel Vega. Estaba Cristóbal Cervantes, que dio en la iglesia de Santa Ana el pregón de la Semana Santa de Triana y no pudo estar en el teatro de la Maestranza porque tenía otros compromisos en la feria del Libro de Tomares. Acudieron Sonia Gaya, que fuera alcaldesa en funciones de Sevilla entre Espadas y Muñoz por el PSOE, y Rafael Belmonte, diputado del PP en el Congreso.

Paquita, la viuda de Juan Robles, presidía una de las mesas, contrapunto del tentempié de primera división que tenía lugar en el resto del salón. En esa mágica esquina donde el PSOE celebró el apoteósico triunfo de 1982 y donde Jesús Quintero, emulando a la Voz del Sinchi de la novela de Mario Vargas Llosa ‘Pantaleón y las visitadoras’, hermanó con la radio a Sevilla con América. Dos hitos del 82, el año que llegó Carlos Amigo Vallejo a Sevilla desde Tánger. Del cielo protector de Paul Bowles al cielo protegido de Romero Murube, de cuyo pregón, como recordó Juanmi Vega, ayer se cumplieron 80 años. El mismo día que se cumplían 25 de la muerte de Juanita Reina y del poeta José Agustín Goytisolo.

Palermo en el argot cofrade son los palos de madera en forma cilíndrica que portan en algunas cofradías los diputados de tramo y los fiscales, a modo de los cirios de cada comitiva. También es el nombre de la capital de Sicilia y el gentilicio de los nacidos en Palos de la Frontera, tan cerca de la tierra de Jesús Quintero. Juan Robles era un firme convencido de que el vino que llevaban en las cinco naves que partieron en busca de la isla de las Especias era de Villalba del Alcor, su patria chica, ese Greenwich Village de taberneros de la campiña de Huelva del que salieron Robles, El Espigón, El Cairo o Modesto.

El balcón de Robles Placentines, hermanado el lunes con la ventana de Luis Carlos Peris, será una torre de Montaigne a la que se asomarán para ver pasar las cofradías. Con especial dedicatoria para los aguaores. Porque en Sevilla hay agua del cielo y agua del firmamento. La que calma la sed de los bienaventurados. El balcón por el que se asomaron Felipe y Quintero cuando el Sur era el Norte de las Españas. A cántaro y cántabro les separa la b de Bonifaz. Dicen los que entienden de alfares que es una cántara porque tiene pitorro. El cántaro carece de ese conducto. Una sutileza lebrijana que se remonta a las calendas del vaso campaniforme, que era la copa de balón de los tartesos.

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