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Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

Bollitos de Santa Inés

Las monjas de clausura han encontrado en el reparto a domicilio una vía de ingresos en tiempos del coronavirus

El calor ha llegado con fuerza a nuestra ciudad y con él, la temporada de los caracoles, que este año se antoja particularmente interesante para los aficionados dada la presteza con que algunos de los mejores bares especializados en gasterópodos se han lanzado a surtir de tarrinas a los barrios, enviando sus caracoles y cabrillas a domicilio "con todos los protocolos sanitarios" y manteniendo una de las economías más populares de la ciudad en lo que viene siendo de mayo a San Juan. Conviene estar atentos y hacer los pedidos y reservas con tiempo porque, la noche del pescaíto, ya se vieron desbordados muchos establecimientos por la cantidad de sevillanos que no querían perderse la ocasión de probar su cartucho de chocos, huevas, cazón en adobo y bacalao fritos con ese primor y sabiduría que garantizan los locales de referencia. Frente a empresas de reparto a domicilio que replican la oferta de las grandes cadenas, resulta estimulante esta puesta al día de los bares y negocios familiares para dar respuesta a sus clientes y atraer, con suerte, a otros nuevos. Es lo que han hecho también, con gran inteligencia, las monjas de clausura del convento de Santa Inés, cuyo torno se había vuelto más silencioso si cabe en tiempos del coronavirus, despojado de la clientela extranjera justo cuando este colectivo turístico empezaba a considerarlo como un atractivo local más. La comunidad que dirige la hermana Rebeca nos lleva ahora hasta el portón cada martes y jueves los míticos bollitos de Santa Inés, las sultanas, pastas y tortas de aceite y polvorón, ya se trate de Sevilla capital o de localidades situadas a menos de 20 kilómetros, por unos precios muy sensatos y con una carta de alérgenos que proporciona una información sumamente útil para los intolerantes alimenticios.

Ignoro si padezco a estas alturas el síndrome de la cabaña pero el confinamiento me ha resultado intelectualmente provechoso y celebro el estudio de la Federación de Gremio de Editores, basado en encuestas a 600 personas, que dice que los españoles leen un 4% más desde que empezó el estado de alarma y que la media diaria de tiempo dedicado a la lectura ha pasado de los 47 a los 71 minutos. El título preferido de los españoles ha sido La madre de Frankenstein (Tusquets) de Almudena Grandes, y reconozco que hiperventilé cuando vi una pila de ejemplares de la novela en el supermercado del Corte Inglés en esos días aciagos en que las librerías permanecían cerradas y con las persianas echadas. Absorta en la lectura de las obras completas de Joseph Roth -¿hay alguna fábula más honda que su Job?- preferiría no salir, cual Bartleby, pero voy a empezar a hacerlo sólo por poder engullir los bollitos de Santa Inés o los caracoles del Rincón de Trea sin que la cintura se regodee en que se ha leído por encima de sus posibilidades.

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