La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
Postrimerías
LEVANTARSE de buen ánimo por las mañanas, aunque todo alrededor sea un desastre. No permitir que los grandes o menudos contratiempos impidan celebrar a diario el prodigio de estar vivos, pues de esa gratitud elemental nace la fuerza para afrontarlos. Conservar la serenidad en toda circunstancia, en los momentos buenos como en los malos y especialmente en estos últimos, cuando entran ganas de presentar la dimisión, salir corriendo e irse lejos, muy lejos. Convertir las pequeñas virtudes y los sencillos placeres en una razón de vida. Atender lo primero o únicamente a las responsabilidades propias, no pleitear ni formular reproches, no caer en la tentación de considerarse maltratados. Renunciar a imponer ideas, escuchar antes de decir, callar antes que hablar por hablar o hacerlo de cualquier manera.
Comprender que el mundo no nos necesita y que lo que hacemos o no hacemos no tiene demasiada importancia, salvo en lo que puede ayudar a otros. Persistir en el camino trazado aunque no lleve a ninguna parte. Respirar el aire libre, andar mucho, no pensar mientras se anda. Disfrutar de las demasiadas tareas y disfrutar de no hacer nada. Cuidar la salud de la mente -del alma- tanto o más que la del cuerpo, si es que tiene sentido diferenciarlos. Saber apreciar la belleza más allá de las estampas bellas y desconfiar de las que pasan por tales. Rehuir las zonas supuestamente confortables, aspirar a la verdad aunque sea dolorosa o intuyamos que conocerla no nos va a hacer más felices. Buscar el abrazo y la complicidad de los amigos, no agraviar ni sentirse agraviados, hacer reír y reírse, para empezar de uno mismo.
Honrar la memoria de los ausentes, tenerlos siempre en la cabeza y conversar con ellos como si no se hubieran marchado. Recordar con devoción pero sin nostalgia, mantener los ojos abiertos y la frente alta, vivir a conciencia cada día como si fuera el último. Evitar el ensimismamiento, las excusas consoladoras y los paraísos artificiales. Abominar de la injusticia sin hacer distingos, separar las motivaciones nobles de las interesadas, ir de la mano de quienes han descartado el odio o el rencor como instrumentos, pero no la voluntad de lucha. No el cálculo, no la expectativa, no el empeño que se prevé rentable y en su lugar el esfuerzo inútil, la entrega sin condiciones, el desdén absoluto de la recompensa. Para este año y para todos los años, los buenos deseos se resumen en uno: dar y querer sin esperar nada.
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