CON el tiempo se sabrá si la CUP ha actuado contra Artur Mas con premeditación y alevosía o verdaderamente su veredicto ha sido producto del procedimiento asambleario de esa formación política. Pero lo que nadie pone en duda es que la CUP, con sólo diez diputados, ha puesto punto final a la carrera política de Artur Mas y lo manda a casa cubierto de oprobio. Hasta el último segundo ha hecho sufrir a quien esperaba pasar a la historia como el presidente que proclamaría la independencia desde el balcón del Palau. No será él quien lo haga, y posiblemente no lo será nadie, porque PP y PSOE coinciden en que al independentismo no se le puede dar ni agua. Se actuará contra él con todo el peso de la Ley y de la Constitución.
La CUP ha esperado hasta el último momento para asestar su golpe mortal a un Mas que ha sido con toda seguridad el político que más ha dañado a Cataluña. Se inventó un independentismo que no estaba suficientemente arraigado en la sociedad -no llegan a dos millones los votos independentistas entre siete millones y medio de habitantes-, ha cercenado una coalición, CiU, que ha dado estabilidad a Cataluña durante años e insistió en una política antiespañola que desde el principio estaba abocada al desastre. La historia le juzgará, pero de momento la CUP le ha mandado a casa con su imagen por los suelos, su partido desaparecido en combate, los principales empresarios catalanes temblando respecto al futuro y un alto porcentaje de dirigentes que representan todo aquello de lo que siempre abominaron los catalanes: la demagogia, la inexperiencia, el populismo barato y trasnochado.
Cataluña tendrá que celebrar nuevas elecciones a no ser que antes del 9 de enero se busque una fórmula de compromiso, y en esas elecciones es previsible que prevalezca más sentido común que en las de septiembre, aunque no sea más que para evitar la nueva vergüenza del espectáculo de los últimos meses. Pero además de lo que suceda en Cataluña en las próximas semanas, la decisión de la CUP tiene también una importante lectura española: la nueva situación afecta a las negociaciones que mantienen los principales partidos para tratar de lograr acuerdos de gobierno. A Rajoy le quedan al menos dos meses por delante hasta alcanzar la fecha límite para ser investido, y en ese tiempo se verá cómo respira el independentismo catalán y qué perspectivas tiene de hacerse con una mayoría.
David se ha comido a Goliat. Pero Mas era un Goliat desprestigiado y sin fuerza.
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