La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Por dónde entra el sanchismo en Sevilla
Elespañol fue un turista tardío. La eclosión del viaje de ocio de las últimas décadas del XX se produjo por orden secuencial de nivel de vida: la clase media y los obreros estables europeos llegaban a países que creaban una incipiente oferta, fundamentalmente de sol y playa (paella, sangría, Veterano). La política turística liderada, en buena parte, por Fraga Iribarne convirtieron a España en un destino apetecible, y a la nueva industria en una fuente de divisas (se importa el cuerpo del turista, pero los ingresos que éste provoca son exportaciones). Venían a gozar nuestras glorias los centroeuropeos, escandinavos, británicos: biquinis, atuendos y música pop, Alfredo Landa por la orilla en Torremolinos. Con el notable crecimiento que fue a caballo entre las postrimerías de Franco y aquellos maravillosos años de adhesión a Europa y la OTAN -el paquete era completo: lentejas-, españoles de todas las edades pusimos las boinas en alcanfor y nos pertrechamos con bermudas, riñoneras, mochilas, guías. Programas combinados Praga-Budapest, norte de Italia, Venecia o Roma; Cancún y Punta Cana con pulsera mágica en ristre, grupos de fatigas bailando sevillanas en el zaguán de la Torre Eiffel.
No hay mal que por bien no venga. La pandemia y la reclusión con tintes de autarquía abatieron los ingresos exteriores, pero ese daño creó una corriente de consumo interno en el turismo. Es sabido: el turismo rural o cultural -dentro de la perimetración- creaban una demanda condicionada, que buscaba evasión y seguridad al alimón. Este verano extraño de la quinta ola del Covid ha obrado otro fenómeno agua que busca su salida: los españoles nos movemos por España, y todo lo más por Portugal. Irse a Sicilia o al Cabo Norte pueden convertir tus vacaciones en una pesadilla aeroportuaria, de cuarentenas costosas, de añoranza angustiada por volver a casa.
Los andaluces, por ejemplo, invaden -con cariño- Galicia, Asturias, La Rioja, la ruta castellana o leonesa del románico o el Xacobeo; Teruel existe de pronto. Los españoles de más al norte hacen lo propio en sentidos distintos. Como en aquella película (Tú a Londres y yo a California), practicamos el tú a Soria y yo a Fuengirola. Es un intercambio de repentino primer orden económico. Bendito sea para un sector con una magnífica capacidad instalada, pero de repente ociosa y con letales holguras. Desea uno que este intercambio provoque un mayor sentimiento de nación común; no sé si es demasiado desear. Buen camino, españoles. Disfrutemos de la casa de todos. Con prudencia (si no es esto también mucho pedir).
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