Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Caramelos y chapapote

¿Estaban los 688.592 sevillanos en la calle? ¿No había ninguno siguiendo la sesión de investidura?

Tiene uno una columna de opinión en este periódico y lo primero que le viene a la cabeza y a los dedos dispuestos sobre el teclado, en este inicio de 2020, es desbarrar sobre todo lo que está sucediendo y empezar a repartir leña a tirios y troyanos. ¿Qué lo contiene a uno? Por supuesto, la salvaguarda de su puesto de trabajo -no nos engañemos-, porque si escribiera aquí lo que me pide el cuerpo yo mismo acompañaría el artículo con una carta de dimisión paralela, a sabiendas de que hasta aquí hemos llegado y de que frente a lo publicado ya no valdrían ni severas reprimendas ni un expediente ni una sanción. Sí, no saben lo que tengo ahora en la cabeza, no saben lo que soy capaz de escribir. No me caben más barbaridades en la mollera. Además, no es este sitio ni lugar para decir nada de eso. Pudiera ocurrir que hasta un juez me llamase a capítulo. Yo apelaría a la libertad de expresión y él me replicaría que podía habérsela pedido a los Reyes Magos, a ver si caía la breva...

Al final, a uno, qué quieren que les diga, le frena ese mínimo de decoro que aún conserva. En serio. Aunque me jode, estos días de sesión de investidura, y creo que a muchos de ustedes les pasa algo similar, que el ciudadano común, corriente y moliente eche mano de él mientras está asistiendo en la tele o por la radio a un espectáculo que ha tenido mucho de indecoroso. Y se les llenaba la boca a unos y a otros a la hora de proclamar que ahí estábamos representados todos. Pues no, señorías, ninguno de ustedes está ahí sentado, aplaudiendo, abucheando y chillando gracias a mí. Ninguno.

Los vi un buen rato el sábado (ayer nada). Después salí camino de la redacción. Fui haciendo eslalon, sorteando prójimos. ¿Estaban los 688.592 sevillanos en la calle? ¿No había nadie encerrado en su casa siguiendo el debate? No he nacido en Sevilla, no tengo pedigrí hispalense, y me dije: "Esta Sevilla es muy suya, quién sabe". Pero concluí que los sevillanos tenían otros intereses y prioridades: las últimas y apresuradas compras de Reyes, cervecear, disfrutar de un día espléndido o seguir viendo belenes hasta que les hablaran los sabañones. Y di por hecho que eso debía estar ocurriendo en otras ciudades y pueblos como Bilbao,Lugo, Calatayud o Don Benito mientras en Madrid, usurpando nuestros nombres, los que quieren gobernar y los que no quieren que lo hagan se insultaban enmerdando palabras como libertad, igualdad y justicia.

De regreso a casa, ya de noche tras el cierre de la edición, un compañero y yo notamos que la suela de los zapatos se nos pegaba al pavimento por la pringue de los caramelos navideños. Aunque molesta, los dos la preferimos mil veces -al menos era la melaza del jolgorio- antes que todo el chapapote que habíamos visto expandirse desde la Carrera de San Jerónimo.

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