La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El error de Tellado
DURANTE la transición y los años 80 hubo dos escritores de moda en Sevilla, a los que se solía presentar como paradigmas de hombres progresistas que tuvieron que huir de la ciudad ante la incomprensión de una sociedad madrastra y oscurantista: José María Blanco White y Luis Cernuda. El primero tuvo como gran valedor a don Antonio Garnica, cura rebelde y filólogo que, durante una crisis de fe, entró en contacto con este sevillano-británico de grandes turbulencias espirituales. Hoy, sin embargo, ya apenas nadie se acuerda del autor de Cartas de España. Don Luis, sin embargo, ha corrido mejor suerte, quizás porque es considerado por muchos el mejor poeta del 27 (con permiso de Lorca), o al menos el que mejor conecta con la sensibilidad y los gustos de los lectores y autores de la actualidad. De Sevilla, además, es su biógrafo: el prolífico y admirado Antonio Rivero Taravillo. A Cernuda – al que quisieron erigirle un monumento en la Plaza de Molviedro que se malogró en los tiempos en que Jesús Aguirre (el de la jaqueca de los Alba) fue comisario del 92– se le recuerda hoy no como un sevillano de la diáspora, sino como lo que verdaderamente es: un grandísimo poeta, víctima además de la Guerra Civil española. ¿Fue un progresista Cernuda? Sin duda. El hijo del coronel de Ingenieros, chico bien y elegante, tan gay como antipático, fue un convencido republicano que detestó profundamente a Franco. Pero, sobre todo, más allá de los bandos cainitas, fue un español doliente con poemas que, como diría el coplero, calan hasta los huesos. Es importante que su ciudad natal lo tenga como a uno de sus hijos principales, junto a San Isidoro, Velázquez o Belmonte. En cierta medida es eso lo que se pretende hacer con el proyecto de una casa museo y centro cultural en su antiguo domicilio de la calle Acetres, una idea que, nos consta, cuenta con la más profunda simpatía del actual alcalde, Antonio Muñoz, pero que, como publicaba el otro día en estas páginas Manolo Ruesga, se está ralentizando hasta extremos insoportables. A estas alturas de la historia, la que expulsa a sus hijos no es la Sevilla reaccionaria, sino la Sevilla inoperante y perezosa, la que permite que todos sus proyectos acaben atascados en algún punto hasta la total desesperación de los ciudadanos. Da igual que sea una circunvalación, una línea de metro, la ampliación o reforma de un museo, una conexión del aeropuerto... Todo cuesta sacarlo adelante, todo es pesado y polvoriento, todo topa con obstáculos y naufraga en los meandros de la desidia... Qué hubiese dicho don Luis de estas cosas... él, que tan fino era y tan malas pulgas tenía.
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