Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Cremá

ES un relato áspero, sin concesiones al melodrama. Ni siquiera pretende un retazo de comedia y algunas escenas tienen un aire de Callejeros. No hay niños y los abuelos no cuentan moralejas. Es una ficción de verdad. Hay coágulos, pelusas, pestazo a sudor, rastrojos de polígonos y osamentas cubiertas de droga. Luz directa. Es una historia de ambiciones. De sicarios que escupen gargajos, testaferros asquerosos, concejales comemierdas y putas rusas. Es el Mediterráneo enladrillado, de coronas de muertos, quijadas exhumadas, cadáveres a la espera de incinerar y playas asfaltadas. Lo que ahora contaría Berlanga si se le torciera el gesto juvenil.

Vacaciones en el mar es a Tremé lo que Los Serrano es a Crematorio, la serie española que estrenaba anoche Canal +. Una ficción que no arrastraría grandes audiencias en las noches de Telecinco o de Antena 3. No hay tramas de niñatos, ni vampiros de opereta. Ni narraciones facilonas. Hay un embrollo municipal, como los que acaba de leer en este periódico, donde se entrecruzan billetes, cemento y mala sangre. Donde se remueve el origen político y empresarial de esta ruina que tenemos encima. Lo más aproximado made in Spain que hemos visto en abierto fue Acusados.

A Rubén Bertomeu, sátrapa de los enjambres de apartamentos y pirómano virrey de lo que se mueve por sus contornos, le da perfecta vida Pepe Sancho (Carlos García, nuestro padre Medina, no le va a la zaga como el protagonista en su juventud). Conozco a unos cuantos Bertomeu. Usted también. Creían que todo se gobernaba al ritmo de sus untadas. Las de sus palaustres. Da miedo Crematorio. Se desenvuelve con naturalidad, como si le hubieran puesto una cámara a esos constructores que coquetean con las mafias. Tipos que se dirigen al precipicio, como canta Loquillo en la cabecera. No es El barco ni Ángel o demonio. Es la calle.

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