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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Criptas turísticas

Los apartamentos, pisos y cuchitriles turísticos están deshabitados. De ellos sale la humedad del vacío

La Alameda y su entorno es una de las zonas en las que se concentró con exceso de velocidad consentido la mayor aglomeración de pisos y apartamentos y -por qué no- cuchitriles turísticos que se ha dado en la ciudad, recuerden, hasta hace muy poco, hasta días antes de la plaga. La cosa iba en aumento con una aceleración sin resuello que, lejos de ser cercenada, era alimentada desde todas las instancias que anteponían el negocio a la ciudad. (¿Acaso quedaba alguna que no lo hiciera? Sí, Sevilla estaba el mercado.) No es para aplaudir su freno propiciado por las circunstancias actuales -tanto quien lo haga como quien piense que se hace desde estas líneas debería buscar urgentemente un psiquiatra-, pero hay que admitir que sólo la llegada del Covid-19 a nuestras vidas ha sido lo que ha puesto fin a ese fenómeno. No es que esas instancias no fueran capaces de limitarlo, de controlarlo, de reconducirlo, es que sólo mostraban síntomas de engordarlo y engordar con él.

Pero era una burbuja como esas que manipulan a su antojo los saltimbanquis callejeros para deleite de los niños. No tenía una forma uniforme. Era amorfa. Se expandía. Se adaptaba, por momentos se contraía sobre sí misma pero sólo para volver a crecer aún más. Se cebaba ella sola. ¿Les podía parecer a muchos irrompible a pesar de la fragilidad de su naturaleza, sobre la que precisamente unos cuantos habían advertido? Sí, todo apunta a que eran legión los primeros; los segundos eran tachados de agoreros, de cenizos, de aguafiestas. Y hasta de no querer "lo mejor" para Sevilla. No hacía falta que no quisieran disfrutar del jolgorio. Se les impedía participar de él mientras las instancias daban más jabón a la pompa entre aplausos y vítores.

Pero los saltimbanquis ya no están. También han tenido que esconderse. Ya sin burbuja. Una fuerza mayor los ha dejado en fuera de juego. Se ha hecho el silencio. Los apartamentos, pisos y cuchitriles turísticos están deshabitados. Parece que alguien acude un día a "darles una vuelta" y abre algunas ventanas y los orea. Si pasa uno cerca percibe la humedad de algo que se vació hace mucho tiempo, y sin embargo en todos y cada uno de ellos se compartieron albricias festejando no hace demasiado la entrada de un año que nos prometíamos feliz y próspero. Jodida prosperidad. No, de ahí no sale nada. Son criptas sin ni siquiera brujas ni fantasmas. Las voces, la música y todos los sonidos de la vida salen de las casas habitadas. De quienes se han quedado en el barrio, que es el más gentrificado de la ciudad. Para muchos es ya un parque temático. A muchos de sus viejos moradores los expulsó la especulación, el mercado. Los que quedan -de antaño y recién llegados- se guarecen estos días contra la pandemia.

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