Culto a los muertos

Ese culto a los muertos desde antiguo se manifiesta por marcar la tumba

Puede que el miedo a la muerte tenga que ver con el culto a los muertos. La vida era tan breve en los primeros tiempos en que se reflexionó sobre la muerte que necesariamente debía haber algo más. Desde una segunda vida en la que convenía estar lo mejor provisto de bienes y alimentos, como pensaban los egipcios, hasta reencarnarse en nuevos seres vivos. Y en cielos e infiernos para premiar o castigar la corta vida con una eterna salvación o condenación. Ahora la vida se ha alargado y aparecen nuevas formas de muerte, con menos dolor, por los fármacos o por simple olvido de nosotros mismos. Y la vida se alarga lo suficiente, afortunadamente para muchos, que da tiempo a sentir que ya ha llegado el momento en el que el instinto de supervivencia se adormece. Bien está si así debe ser.

Entretanto, hemos buscado lugares y maneras del culto a los muertos. Una sencilla visita con flores y respeto como hacemos nosotros o pasar la noche al lado de la tumba de nuestro ser querido con las comidas y dulces que prefería, por si vuelve que encuentre lo que le gustaba, como lo celebran en el mexicano Guanajuato. Y ese culto a los muertos desde antiguo se manifiesta por marcar la tumba. Bien sea con una sencilla señal o con una gran pirámide. Y siempre el gran tabú de enterrar a nuestros muertos. Así lo cuenta Sófocles en Antígona o el granadino José Martín Recuerda en La Llanura, en los que el castigo y la pena se magnifican por no poder enterrar a su muerto o ni siquiera encontrarlo y al menos cerrar el duelo. Es el mismo sentimiento ancestral que hace buscar fosas comunes en España o que llevó a cruzar fronteras con féretros desenterrados a los supervivientes de la guerra de los Balcanes, otra tragedia mediterránea con 140.000 muertos y 20.000 mujeres violadas. ¡Qué cerca están las llanuras ucranianas y los bombardeos en la tierra prometida de la Biblia, de todo ese horror!

A mediados del siglo XIX se construyen los nuevos cementerios como formas de enterramiento mejor organizadas y más saludables que hacerlo cerca de parroquias u otros pequeños lugares dispersos entre el caserío de las ciudades. Románticos e higienistas se dieron la mano para un logro que ahora nos parece superado por el crecimiento de la población. En Sevilla lo situaron al norte, bastante lejos pensaron entonces, tras el Hospital de la Sangre y la leprosería, donde los vientos dominantes del suroeste llevaran lejos las enfermedades y los recuerdos. Allí encontrarán tumbas y panteones cuidados y otros en el abandono, por el olvido o desaparición de los familiares, como crónica de lo que somos y lo que fuimos. Y allí podrán recordar a un mito universal, Don Juan Tenorio, que queda redimido de su condenación por el amor de Doña Inés, como lo fue Fausto por el amor de Margarita. Ni Zorrilla ni Goethe se atrevieron a la condenación eterna de sus protagonistas. Quizás ahí resida su vigencia como mito romántico, siempre queremos una segunda oportunidad. Pero solo hay una vida.

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