Ojo de pez

Pablo / Bujalance

Enemigos de lo ajeno

23 de septiembre 2013 - 01:00

HACE unos días me contó un amigo escritor una información reveladora sobre las promociones literarias. Mi amigo es un escritor de prestigio, tiene novelas traducidas a más de diez lenguas y su obra ha recibido críticas entusiastas en España, Italia y Francia. Actualmente se encuentra de promoción con su último libro bajo el brazo, y cuando le pregunté por su agenda de presentaciones en España no me citó a Barcelona entre las ciudades incluidas en el tour. Le llamé la atención sobre esta ausencia, y él me respondió así: "Hoy apenas van escritores españoles a hacer promoción a Barcelona, salvo que sus obras se traduzcan al catalán. Las librerías no te acogen, y la prensa no te hace caso. Para las editoriales supone una inversión inútil. A los latinoamericanos sí los reciben muy bien, pero los españoles no tenemos mucho que hacer allí".

Lo que me contó mi amigo no me resultó nuevo. Conozco a editores que empezaron a trabajar en Cataluña y tuvieron que trasladarse a Andalucía o a Madrid después de recibir sanciones por publicar en español. También sé de algún festival de música de vanguardia al que le fueron retiradas las ayudas públicas por no incluir la sardana en su programación. Pero no deja de resultar triste, especialmente si consideramos el paraíso literario y artístico que fue no hace mucho Barcelona, hoy sometida a los desmanes y caprichos de una clase política cegada por el racismo, el complejo y la boina. El apartheid cultural ha sido todo un éxito, a pesar del ridículo. No hay más que recordar el modo en que algunos políticos catalanes han pretendido en sus condolencias hacer pasar como figura exclusivamente catalana, incluso no española, al académico Martín de Riquer, que además de allanar el camino al Quijote en el siglo XX fue franquista antes de ingresar en la Entesa y alumbró su obra en español y en catalán. Cualquier elemento que pueda pasar por nuestro en lugar de suyo será exprimido al máximo, sin reparar en la verdad: he aquí la máxima nacionalista.

Pero el nacionalismo catalán puede adjudicarse un éxito aún mayor: el haber hecho bueno al aberrante nacionalismo español. Hay, parece, un millón y medio de catalanes que se sienten ajenos a algo que enriquece a muchos. Como si la lengua o la cultura fuesen el problema; no, el problema llega cuando creemos que las personas, sean españolas o catalanas, no nos incumben. Pero las personas ya no existen: sólo la política. Y esto, más aún que la independencia, es lo que querían los nacionalistas. Enhorabuena.

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