La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Ensañamiento turístico

Se han excedido tanto dando licencias que han acabado por matar la vida cotidiana y vecinal del centro histórico

No llego al liberalismo de Vito Corleone cuando le dijo a Sollozzo "me es indiferente lo que haga un hombre para ganarse la vida". Pero tampoco soy un estrecho. El mercado y los negocios son lo que son, la realidad es la que es y esta Sevilla nuestra vive en gran medida de lo que vive. Otro hotel en Santa Cruz. Y van siete -como informaba el compañero Navarro Antolín- sólo en las calles Segovias, Abades, Don Remondo y Rodrigo Caro. En cuanto al número de bares, pierdo la cuenta. Y no sólo se trata de mi turístico barrio actual. A mi alfa (Regina) y mi omega (Santa Cruz) sevillanos les ha sucedido lo mismo. La casa en la que nací será un aparthotel y la limítrofe un hotel. Los comercios del ensanche son bares y restaurantes. El colegio de hermosos patios y clases con paños azulejos -recuerdos de la casa señorial que antes fue- en el que inicié el Bachillerato es un hotel. La papelería en la que compraba cuadernos, gomas de borrar Milán con olor a nata y lápices Alpino es un bar. La panadería a la que me mandaban talega en mano bajo la prohibición de pellizcar los bollos calientes es una tienda de camisetas. Donde iba en busca de los cromos que me faltaban para completar los álbumes de Los vikingos, La conquista del Oeste, Ben-Hur o 55 días en Pekín y los números atrasados de El Capitán Trueno es un bar. La librería en la que más adelante compraba mis libros es una tienda de recuerdos. La academia en la que estudié preu es un tablao flamenco...

Bares, restaurantes, hoteles, tiendas de suvenires y tablaos. No hay más. Lo comprendo. La oferta y la demanda. Las cosas están como están. No hay más cera que la que arde. Pero se han excedido dando licencias a costa de erradicar las pocas posibilidades de vida cotidiana que aún tenía gran parte del casco histórico. Lo padecemos nosotros. Pero lo más paradójico es que también lo padecen los turistas que visitan, no una ciudad viva, sino un parque temático. Es lo que tiene el sometimiento sin restricciones ni salvaguardas al turismo de masas. Aunque supongo que a quienes nos visitan les da igual. Templos sin cultos ni oraciones, calles sin comercios tradicionales y casi sin vecinos, bares franquiciados… Todavía no somos Venecia -60.000 habitantes y 30 millones de turistas anuales- pero vamos por el camino de Florencia, Praga, Oporto y otras capitales. Y, lo sé, solo cabe resignarse.

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