La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Feria arriba, Feria abajo

Lo que he sido, lo que soy y lo que seré cuando para el mundo ya no sea cabe en este ir Feria arriba, Feria abajo

Volvía de estar con mis amigos cátedros macarenos de la peña de la calle San Luis por Pozo, Relator, San Basilio, Pasaje de Amores, Amargura, Calderón, Peris Mencheta, Palacios Malaver, Feria, San Juan de la Palma y Regina. Siempre es primavera en esas calles, siempre tienen un temblor de vísperas del gozo, siempre vuelvo a ser en ellas el niño y el adolescente que fui y soy, porque en ellas siempre se conjugan los verbos en presente. Pero ayer no eran ni la memoria ni la imaginación las que traían primaveras y gozos. Era verdad en el aire tibio, en el aterciopelado anochecer, en el olor a azahar, en el palio impaciente aguardando en la Basílica que la Esperanza lo convierta en ráfaga de la luz de su cara, en el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes ya dispuesto bajo el dosel de Farfán, en la Amargura entronizada en la perfección dórica –armonía clásica sevillana– de su paso.

Hoy iré, calle Feria arriba, calle Feria abajo, de San Juan de la Palma a la Resolana y de la Resolana a San Juan de la Palma. La Esperanza agigantada –¿cómo tanta delicada fragilidad puede ser a la vez tan poderosa?– en su palio sin candelería. El Señor del Silencio en besamanos. El alfa y omega de mi Semana Santa. La de todos, y por ello también mía, empieza cuando una palmera roza el dintel de la puerta del Salvador y termina cuando una cruz roza el de la parroquia de San Lorenzo. O cuando el Señor de Gran Poder pisa el suelo de Sevilla en la medianoche del Viernes de Dolores y cuando los soleanos, cerradas ya las puertas, felicitan a la Virgen porque su Hijo ha resucitado. La que es solo mía empieza cuando se abren las puertas bajo el Non surrexit inter natos mulierum y sale la más alta y elegantemente danzante Cruz de Guía de Sevilla, y se despliega la blanca cinta, y nacen los poderosos pasos de San Juan de la Palma mientras suenan Silencio blanco y Amargura. Y termina cuando la Esperanza única de los mortales asciende por última vez tras las columnas del atrio y nos deja sin querer dejarnos mientras nosotros nos despedimos de Ella como Mío Cid de doña Jimena: “Llorando de los ojos, como nunca se vio tal, así se separan unos de otros, como la uña de la carne”.

Todo lo que he sido, todo lo que soy y todo lo que seré cuando para el mundo ya no sea cabe en este ir calle Feria arriba, calle Feria abajo, de San Juan de Palma a la Resolana, de la Amargura a la Esperanza.

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