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Crónica Personal

Fuego amigo

En vez de mostrar firmeza ante exigencias inadmisibles, cede y dice a los ministros socialistas que aguanten el tirón

Es frecuente el fuego amigo en el mundo político, y España no es una excepción. Que se lo pregunten si no a la multitud de dirigentes que se han caído del cartel porque, ante el menor indicio de que alguien empezaba a perder el favor del público, desde sus propias filas se le mostró la puerta de salida. Cerrándola bien, por si tenía la tentación de volver.

A Pedro Sánchez le cerca desde hace tiempo el fuego amigo, pero él tiene la culpa. Decidió gobernar con los que menos le quieren, Podemos, que tampoco cuenta con el respaldo masivo de españoles. Encima tendió puentes con partidos que están muy alejados de la Constitución y que en algunos casos, no es que no cuenten con el fervor de los votantes, sino que muchos de ellos los consideran partidos indeseables. Sánchez se echó en sus brazos y, abundando en el error, ha conseguido en una única jugada el fuego amigo de sus coaligados, de sus socios y, además, de parte de los ministros socialistas. Algunos silentes, otros en cambio no ocultan su desazón.

Éstos son los más solventes, los que cuentan con una trayectoria que da mil vueltas a la del presidente. Todavía no han enseñado del todo las uñas, pero a poco que Sánchez siga haciendo disparates impropios de un jefe de Gobierno democrático, las van a enseñar.

A Sánchez sólo le interesa mantenerse en el Gobierno, pero hay algún que otro ministro que empieza a pensar que lo que importa es su propia estimación … y la estimación de quienes le consideran persona fiable.

Tiene su gracia -poca- que en el momento más grave de los tres años de Gobierno, Sánchez se empeñe en pedir lealtad incondicional a quienes le acompañan en la aventura de gobernar, en el caso de Podemos desde dentro y de Bildu y los independentistas desde fuera. Y menos gracia todavía el empeño de Sánchez en transmitir a sus ministros y socios que hay que aguantar lo que sea para completar la legislatura. Con eso está dicho todo.

Cualquiera que pretenda lo mejor para España se desharía de los colegas que le llevan al abismo y escandalizan con sus posiciones extremistas e ilegales, daría un golpe en la mesa para arremeter contra ellos y empezaría a buscar socios con los que corregir errores. Y conseguir así, aunque tarde, que el país se enderece y los ciudadanos piensen al fin que en Moncloa hay un hombre que se preocupa por su bienestar.

Sin embargo, esa reflexión no cabe en la cabeza de Sánchez. En vez de mostrar firmeza ante exigencias inadmisibles de sus socios, cede y dice a los ministros socialistas que aguanten el tirón, porque lo que importa es el poder. Y aparece entonces el fuego amigo. Que ya ha prendido. Se comprende.

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