La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sevilla seguirá, de momento, sin cardenal
EL hábito no hacen al monje, pero los diferencia. Algunas ideologías despliegan entre sus leales, entre los más aguerridos, los que son casi fieles, una indumentaria propia que les distingue de los otros y, sobre todo, provoca esa emoción tan reconfortante que es la pertenencia a un grupo. Quien sea de izquierdas habrá llevado alguna vez colgado del cuello el pañuelo palestino, cuyo epígono es el fular coloreado que nunca descansa en el pescuezo de Pepe Álvarez el de la UGT. Podemos imprimió hasta su propia marca comercial en unos jerseys que luce Pablo Iglesias en sus apariciones públicas, y hasta el mundo borroka se distinguía por disfrazarse con la ropa montañera más cara, aunque fuese para ir a quemar cajeros. Alberto Garzón, que es el tonto útil en su máxima expresión, se quita la corbata para ver al Rey, pero se la anuda para hablar en el Congreso.
La derecha ha sido en esto más parca, la derecha convencional, me refiero, la democratacristiana, conservadora y liberal, que se apañaba con un buen traje oscuro, una camisa clara y una corbata. Desde Suárez a Rajoy, incluyendo a Aznar antes de que comenzara a ponerse pulseritas en la muñeca de modo compulsivo, sus dirigentes han pasado sin destellos por la pasarela política, lo que es en sí un modo de elegancia.
Vox está redondeando esta teoría de la indumentaria militante. Han bebido de la fuente inconfundible de Morante de la Puebla, de quienes se disfrazan un domingo de enero para ir al Rocío, de la sección de caza de El Corte Inglés y del gremio de ganaderos y labradores, tanto que hay quien ve en ellos una emulación de los tipos de la serie de Peaky Blinders, aunque a mí me parecen los chavales delgaditos que venden ropa en Scalpers. Son como garrochistas, que están en el top ten de la elegancia rural.
Los de Vox se han debatido entre la estética Tercios de Flandes de Ortega Smitht y del primer Santiago Abascal, pero han virado de modo definitivo hacia unos patrones bien descrito por Delibes en muchas de sus novelas. Macarena Olona clava al personaje y amenaza con exportar su impostura a los señores de Vox del Parlamento andaluz, que han mantenido el tipo de la derecha clásica. Espinosa de los Monteros, que es de Chamberí, del Madrid que alardea ser más pijo que el barrio de Salamanca, le ha afeado a Nadia Calviño que sea una política de centro de ciudad que no entiende al agro, como si él hubiera sido bautizado en los Pedroches.
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