Geometrías

¿Por qué tendemos a desarticular triángulos, en vez de hacer vivible la cercanía?

05 de abril 2022 - 01:57

Enel vértice Este del segmento superior del rectángulo llamado Portugal confluyen tres territorios y, como sucede con los hermanos, son muy distintos. Uno es Orense, provincia gallega donde se llega a dar una temperatura tan tórrida que haría pifiar a un concursante de Saber y Ganar. Otro es portugués, llamado de forma orográfica y sonora Trás-Os-Montes, sobre el cual escribió un libro de viaje Julio Llamazares -dicen que magistral-, que lleva esperando en alguna balda desde que lo compré en 1998, cuando se publicó. El tercer territorio de esta frontera geográfica y triangular que ahora bordeo y penetro a pie entre trochas, olmos cubiertos de musgo, lindes de piedra en citara, vacas recelosas, cortafuegos, manantiales que borbotean a cada poco, molinos aerostáticos y faraónicas obras de ferrocarril se llama Sanabria -Alta Sanabria, en este caso-, provincia de Zamora, una comarca a la que vine -aquí no se usa el pretérito perfecto- por tener unos días y porque es de por aquí un compañero de páginas y de colores, cuya voz se ha ido. Ismael era tan de aquí como lo era de Umbrete y del barrio de La Alfalfa en Sevilla. Otro triángulo. Uno escaleno, conformado sin otras reglas que el azar y la necesidad: el tiempo vivido con calma en los sitios queridos. Y qué reglas son ésas. Y quién quiere ángulos rectos ni lados iguales para gozar la existencia.

Al llegar a Lubián, un poblado zamorano, en el bar sito en el bajo de una pensión de 25 euros, un paisano bien beodo se me declara gallego: "Aquí somos de Galicia, no de Castilla; otra cosa es León... que tampoco es Castilla... y también somos bastante portugueses... aunque esos son...". Qué falta de contento y cuánto esguince de nuca mirándose el ombligo por ser alguien, alguien distinto de otros álguienes. Todo este afán identitario en el que los españoles somos campeones -para pasmo de ajenos- es parecido a las relaciones animales en la sabana africana o en Transilvania: cuanto más veo La 2 -hasta que abro la boca y cierro los ojos-, más entiendo la esencia de los pajarracos nacionalistas: vestido de divino casual como Pep Guardiola -tan listo, tan abanderado-, al paso encima de su Babieca como Abascal, o vestido de pana y con tres dientes por reponer. Un mantenedor de montes que iba y venía desde su pueblo en Portugal me llevó unos kilómetros en su Berlingo. Apreciaba lo suyo y lo de los espanhóis. Nada de pajas mentales de terruño. ¿Qué nos pasa aquí? ¿Por qué tendemos a desarticular triángulos, en vez de hacer vivible la cercanía, incluida la cercanía al propio interior de uno?

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