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A estas A estas alturas estoy harto de los helicópteros Apache y de las bombas de racimo. Hay algo tan perverso como la guerra, o la invasión, execrable en sí misma. Y es la forma de contarla. Sin asombro. Sin el más mínimo estupor. Incorporando palabras como ofensiva terrestre, combate, zafarrancho, cañones o misiles con la naturalidad con la que se emplean esas otras con las que les ha tocado cohabitar en los informativos: rebajas, crisis, fotógrafo.

Tengo la suerte, porque para mí es una suerte, de haber permanecido desde siempre muy lejano a las jergas relacionadas con las hazañas bélicas. Nunca logré entender quién está más alto en un escalafón, si un coronel ni un teniente. Y todavía hoy tengo mis dudas. Algo milagroso teniendo en cuenta tantas películas vistas y tantos periódicos leídos. Pero siempre ha existido como un filtro invisible de esos que discriminan lo relevante de lo irrelevante, y para estas cuestiones sigo manteniendo la memoria de los peces. Al segundo se me olvida qué demonios era un fusil. Por eso me revienta tanto ver los informativos convertidos en seriales. Hilvanados. Seriados. Con ese "continuará". Con otro bombardeo. Con más bajas. Y más efectos especiales. Me molesta el tono con el que algunos cuentan lo que está pasando. De quienes dan paso al enviado especial como quien da paso a la publicidad, y de algunos de esos enviados con una tendencia demasiado clara a convertir sus intervenciones en las de un Está pasando. No sé cómo habría que contar la guerra. Sólo sé que no tolero cómo se cuenta. Que el relato de los helicópteros Apache me causa retortijones. Cuando en 1991 Hermida narró durante hora y pico diaria la guerra del Golfo estaba sentando las bases de un género asqueroso. Que en 2009 sigamos asidos a él es sencillamente deplorable.

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