Por montera

Mariló Montero

Hablemos de sexo

SI las conversaciones sobre sexo que se producen en los medios de comunicación, en escuelas, en las familias o entre los amigos y los hijos discurrieran con espontaneidad, madurez, inteligencia y riqueza, puede que alguno de los problemas que nos preocupan hoy desaparecieran. Hablar de sexo es aún un tabú, quizá el último tabú vivo de nuestra sociedad. Siendo el sexo un denominador común en el ser vivo, y nos centraremos en el del hombre, es sorprendente que ésta sea una asignatura pendiente.

Una asignatura que debería ser implantada en las escuelas como un asunto más de interés público debido a que sus efectos secundarios afectan a la sociedad y al individuo: bien porque haya de ser incrementado el depauperado índice de natalidad o bien porque haya que generar más personalidades. Ambos intereses deben mimar lo más fundamental: la forma en la que una persona llega al mundo y el bienestar físico y psicológico de quien lo pare. Un punto fundamental que habría que superar para llevar el sexo a las aulas sería unificar la línea editorial de la asignatura, compuesta por temarios que tanto nos separan.

Esta semana se ha analizado, a la velocidad de la actualidad, el motivo por el cual se ha doblado en la última década el número de abortos. Para las mujeres de entre 20 y 29 años se han vertido razonamientos ligados a la prioridad de la mujer por su carrera profesional o la del temor a enfrentarse a ser madre soltera. Las causas que inducirían a que las menores de 19 años opten por interrumpir voluntariamente sus embarazos se asocian a una sexualidad precoz o a la dificultad de acceso a los medios anticonceptivos. Si se hablara de sexo de manera sistemática en los colegios, el tabú empezaría a desintegrarse hasta el punto de que el tema se trataría con igual naturalidad en los hogares.

¿Por qué intimida hablar de sexo? ¿Por qué el sexo, tan gustoso en la intimidad, da asco cuando se descontextualiza? ¿Por qué una escena sexual avergüenza en público? ¿Son deseos impuros? ¿Nos han hecho creer que lo son para quienes no tienen compromiso de abstinencia? ¿Es un asunto religioso o fisiológico? Para todas hay una única respuesta: no se practica el verbo. El trabajo que hacen los medios de comunicación, en concreto la televisión, en cuyas escenas se reproduce sólo la provocación, sin más, raya la vergüenza, puesto que en toda su Historia se cuentan dos programas dignos: el de la doctora Ochoa y el de Lorena Berdún.

La educación sexual no puede simplificarse en un "no lo hagas". A los adolescentes se les debe explicar la etapa en la que están y por lo que está pasando su cuerpo. Tienen que saber con naturalidad por qué sienten un impulso sexual en la maduración de sus genitales, la necesidad de que haya una interacción y las maneras de controlarlo. Hay que practicar más el verbo.

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