La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Hermandades: ahora y en la hora

Ni quienes edificaban lujosos panteones y dejaban dineros para misas tuvieron mejores cuidadores de sus almas

Los rostros más poéticos de la muerte en nuestro cementerio son la Dogaresa que cubre con su manto la tumba del pintor Villegas Cordero, el macareno cortejo fúnebre de Joselito o la columna truncada del Espartero. El rostro más desolador del olvido que antes o después la muerte acaba por imponer siempre, salvo en el caso de los pocos afortunados cuyas obras mantienen viva su memoria, son los altos callejones vergonzosamente abandonados y ruinosos de los osarios. Son el barrio marginal de los muertos: altos bloques cuarteados de cuatro pisos formando calles estrechas cubiertas de hierbajos y escombros, nichos vacíos como cuenca de calavera llenos de suciedad, lápidas rotas, algunas medio borradas, sobre las que están escritos nombres que nadie recuerda. Bécquer y su famosa rima LXXIII: "¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? / ¿Todo es sin espíritu, / podredumbre y cieno? / No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, / algo que repugna / aunque es fuerza hacerlo, / el dejar tan tristes, / tan solos los muertos".

El Ayuntamiento, que tiene la ciudad de los muertos como la de los vivos -hecha una vergüenza, destrozada su rotonda de entrada y ubicado con poca o ninguna delicadeza el crematorio-, dice que se van a demoler los osarios en mal estado y a trasladar los restos. Será el fin de estos barrios marginales de los difuntos olvidados que tanto recuerdan a los barrios marginales de los vivos olvidados en los que Sevilla es tan pródiga. Lo que nadie puede evitar es que el tiempo que todo lo cura también todo lo diluya en el olvido.

Por eso es tan acogedor y consolador que las hermandades hayan construido sus columbarios. En la vida, apoyada su fe en sus imágenes sagradas y alimentada por el culto y los sacramentos, los hermanos le responden a Bécquer que no todo es sin espíritu. En la muerte la hermandad se cuida, y así para siempre, de que no se queden solos ni sean olvidados. Si no tienen familia o si la familia los va olvidando con el paso del tiempo y las generaciones, la hermandad guarda sus restos y su memoria. Ni los reyes, ni los nobles, ni los ricos que se enterraban en lujosos panteones y dejaban muchos dineros para que se dijeran misas por sus almas tuvieron mejores cuidadores de sus almas y sus restos que el más modesto hermano que descansa, confiado a Dios y a sus hermanos, a los pies de la imagen de su devoción.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios