La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Hermosas velas, toldos churretosos

Las velas eran parte de eso a lo que llamábamos Sevilla. Mucho más que pedruscos, por ilustres que sean: vida

Nos quedamos sin toldos churretosos como de plástico y fijos, lo que no permite descorrerlos al atardecer para que entre el fresquito de la noche. Pues vale. A broncearnos, atiborrarnos de vitamina D y sufrir en el centro comercial y turístico como se sufre en tantas otras calles de Sevilla, mucho más despiadadamente anchas y privadas de sombra de árboles. ¡Qué más da! Se llega al centro, por ejemplo, desde la Avenida y ya está uno tan achicharrado como el grano de café carioca con canotier y bastón -"¡Vamos chicos, al tostadero!"- del anuncio de Cafés La Estrella. El único alivio es la estrechez de algunas calles.

Los toldos churripuercos que alguna sombra daban fueron una herencia de la Expo. Se anunció que Sevilla recuperaba las antiguas velas y nos encontramos con esto. También se anunció que el centro histórico se adecentaría -"Pon Sevilla de Exposición" era el lema- y lo que se hizo fue darle una manita de pintura a algunas casas, entre ellas varias en ruinas cuyas ventanas se cegaron para disimular. También se anunció que seríamos la capital de la California del Sur de Europa y ya ven en lo que hemos quedado: como mucho la Orlando, con sus gigantescos parques de atracciones de Disney, Universal o SeaWorld que aquí tienen forma de catedrales góticas o parroquias barrocas.

Nada que ver con las hermosas velas de lona que cubrían tantas calles del centro dándoles un aire marinero con las guías, garruchas y sogas que servían para recogerlas al caer la noche para que entrara la marea. Tan sabiamente dispuestas que incluían gigantescas lonas que caían verticalmente para impedir que el sol entrara cuando por la mañana o por la tarde sus poderosos rayos llegaban oblicuamente a las calles orientadas a levante y poniente. Recuerdo la que caía en la confluencia de Sagasta con Sierpes. De antiguo cubrían más zonas de la ciudad. En una hermosa fotografía de finales del XIX se ven las calles del entorno del Postigo del Aceite totalmente cubiertas por lonas.

El espectáculo de las calles sombreadas por estas lonas era tan hermoso que, además de refrescarnos a los nativos y hacer más bella y amable nuestra ciudad, encandilaba a los turistas. Se perdieron. Como los cielos. Como los suelos. Como los teatros. Como los cines. Como los cafés. Como las librerías… Como eso a lo que algunos llamábamos Sevilla y era mucho más que pedruscos, por ilustres que sean. Era vida.

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