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La tribuna

josé Antonio González Alcantud

Historias del AVE

DICEN que ha aumentado el tráfico de pasajeros del tren AVE un 20%. Dicen que van a comenzar a estudiar un AVE vertebral entre las ciudades andaluzas. Es un viejo sueño que ahora toma nuevo aliento, quizás con la idea, fracasada de antemano, de acabar de una vez por todas con los campanillismos. Dicen que se puede llegar de Sevilla o Málaga a París en AVE casi sin parar en estación alguna. Dicen.

Pero yo que de naturaleza soy incrédulo he oído también decir que tenemos más kilómetros de AVE que Alemania, e incluso que Francia. Y he prestado atención a economistas muy sesudos que sostienen que con los billetes que pagamos cada vez que tomamos el AVE no llega ni para engrasar las ruedas de estos futuristas trenes.

Ese paisaje de trenes velocísimos hubiese hecho las delicias de Marinetto o Chirico, los futuristas italianos que hace casi un siglo soñaban con matar el claro de luna de Venecia para crear el hombre nuevo, sujeto ligero de equipaje que debía ser súper veloz. Un cuadro novecentista titulado Il Nomade, de Pippo Rizzo, un pintor de Corleone, realizado sobre 1929, situado en la estupenda colección de la Galleria d'Arte Moderna Moderno de Palermo, atrae fatalmente mi atención. No representa a un individuo en trance de arrastrar pesados bultos de viaje, sino que el enigmático viajero mira desafiante al futuro en el andén ferroviario, embutido en su liviana gabardina.

Mas siempre se cuela un patán en los AVEs para aguarnos nuestra fiesta de rabiosa modernidad. Es el caso que pude experimentar hace unos días en el AVE Madrid-Málaga: un hombrecillo salido de lo más profundo de nuestra tierra con unas maletas enormes se empeñaba en beber compulsivamente en el bar del tren. Le lanzaba requiebros a las muchachas. Parecía un ser de otro mundo. Yo no podía perderle el ojo, me fascinaba que la modernización no hubiese fagocitado a seres antropo-estéticamente tan de la España negra. Lo siento para quienes pensaban en otro presente. Ya lo advertí hace años en el foro Andalucía nuevo siglo: la sordidez humana sigue aquí tan presente como en la Chanca de los años 60 retratada por Goytisolo. Quizás para recordarnos la futilidad de nuestro tiempo presente.

No somos los únicos, no obstante, en tener este problema de "estética social". Hace poco tuve la desagradable experiencia de tomar el casi recién inaugurado TGV, ergo AVE, desde París a Barcelona. De lo primero que me advirtieron amigos parisinos es que llegados a Montpellier el AVE se transforma en un tren de vía convencional hasta llegar a Figueras. No me extrañó, recuerdo los grandes esfuerzos que hizo España en los 90 por llevar las autovías hasta la frontera pirenaica, y cómo cuando llega la correspondiente autopista a los montes de Jaca se transformaba de manera sorprendente del lado galo en una carretera de sinuoso trazado decimonónico. Indagué y me dieron una unívoca explicación: Francia quiere seguir manteniendo el cordón sanitario de los Pirineos, y todo nuestro deseo de conectarnos con Europa no tiene correspondencia por su parte. Así de claro y de sencillo.

Ahora la cosa fue más desagradable: llegados a Valence, casi en el sur, cuando llevábamos tres horas de marcha, el TGV se paró en una de esas estaciones precisamente futuristas que florecen en mitad de los campos sin nada humano a su alrededor. Entonces, por los altavoces del tren de dos plantas atestado de viajeros se dio la noticia de que no se podía continuar la marcha por las inundaciones del Midi, y que debíamos obligadamente retornar a París, donde sólo teníamos derecho a que se nos reintegrara el precio de billete. Ni más ni menos. Yo, sabedor del caos que nos esperaba, literalmente me tiré del tren, y una vez en medio de aquellos campos en el crepúsculo pregunté a un señor con pinta de campesino a dónde ir. El tipo me dijo que era ferroviario, que habían caído cuatro gotas, y que sólo cabía entender lo que pasaba porque estábamos gobernados, también en Francia, por "incapables" (incapaces). Abundando: no se refería sólo a los políticos, sino también a los técnicos. Al fin, acabé dando con mis huesos en un hotel de provincias, desde donde dirigí mis pasos a otra estación menos moderna, donde pude comprobar descorazonado que la indiferencia se había instalado entre el personal de la estación. Durante cerca de dos días que las líneas con España estuvieron cortadas, allí en la dulce Francia todo el mundo, menos una chica que llevaba un brazalete de la fiesta de L'Humanité, el antiguo periódico comunista, miraba para otro lado.

Al fin y a la postre me pregunto, una vez recuperado de la experiencia, si, al margen de toda la modernidad triunfante, esta canción de la ineficiencia y sobre todo de la indiferencia glacial no nos suena a muy vieja. Son las historias del AVE que por lo pronto se me ocurren para escarmiento de ilusos.

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