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María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Historias del peaje

Falta una semana justa para que se levanten las barreras de la AP-4 y hay quien asiente incrédulo

Cuando las ambulancias suenan por la N-IV se multiplican las llamadas (hoy son mensajes de Whatsapp) donde cada uno pregunta a los suyos si han llegado ya a su destino. No es un comentario exagerado, aunque sí recurrente en estos días. Es una escena que recuerdo desde que tengo uso de razón en Los Palacios, en mi pueblo, donde muchos todavía asienten con la cabeza, mitad incrédulos mitad ofendidos incluso, cuando alguien recuerda que el peaje de la autopista Sevilla-Cádiz tiene los días contados. Una semana justa falta para que las barreras de la pista, como denominan los más viejos a esta vía, se levanten definitivamente y se pueda circular sin pagar por una carretera que es alternativa a uno de los tramos más peligrosos de la N-IV. En la comarca es, sin duda, la noticia del año y eso que, cuando se produzca, prácticamente estará desdoblada una de las peores travesías de la nacional, una carretera de la muerte donde han perdido la vida en la última década un centenar de personas.

A veces hay que recurrir a las cifras para que un problema se haga visible, cobre su auténtica dimensión. Este tema, la autopista de pago, empuja a muchos trabajadores a optar por la nacional y a maldecir, a diario, a quienes han ido prorrogando la concesión de la que es la autopista de peaje más antigua del sur de España y, sin duda, una de las más amortizadas de Europa. A principios de los años 70 ya estaba en pleno rendimiento, con tres peajes. Dos décadas después empezaron las prórrogas de la concesión y la liberalización se convirtió en una manida promesa electoral. Y se han ido sucediendo aplazamientos y desfilando por el Gobierno distintos presidentes desde Suárez.

Según estimaciones del Gobierno, el cobro en las barreras supone 62 millones de euros al año. Por la AP4 circulan cada día más de 22.000 vehículos. En 2005 la Junta decidió suprimir el peaje entre Jerez y Cádiz y asumir un coste de más de 120 millones que acabará de pagar este año. Una inversión que pocos se atreven a cuestionar.

El peaje deja atrás miles de historias y también bastantes dramas (al margen de la veintena de despidos que implica, ésa es otro tipo de tragedia). Son imposibles de explicar y se quedan, en la mayoría de ocasiones por decisión propia, para la intimidad de quienes los sufren. Cuando ayuntamientos de la comarca del Bajo Guadalquivir, liderados por el alcalde de Los Palacios, decidieron alzar la voz y cortar la carretera para exigir la liberalización de la autopista o en su defecto el desdoble de la nacional, comprendí que aquello no era una campaña o acto político más. Allí acudieron muchos vecinos, algunos de luto. Sus historias son también las del peaje, pero nada tienen que ver con las broncas políticas o los intereses económicos de empresas y gobiernos. Ellos quizás no brinden (no tienen cuerpo) cuando se levanten las barreras, pero sí recordarán que la supresión es fruto de una decisión política que nunca se han cansado de pedir, pero que llega tan tarde que algunos la siguen tomando como broma. Muy pesada.

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