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Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

La igualdad era un cuento

Una cosa es dejarse oír y otra hacerse escuchar y hoy las mujeres deben seguir alzando la voz

érase una vez una generación donde las niñas crecieron con las mismas oportunidades educativas que los niños, hijas de padres de otros tiempos que reconocían su cultura machista pero que siempre quisieron lo mejor para ellas y que las apoyaron para competir, para acceder a la universidad y luego a sus puestos de trabajo sin limitaciones. Una generación agradecida que quiso honrar a sus madres y abuelas porque sin su esfuerzo y sacrificio nunca habrían conquistado esa posición. Una generación orgullosa que se creyó siempre fuerte y libre de barreras, dispuesta a denunciar la desigualdad convencida de que era inmune porque lo políticamente correcto se había instalado en su entorno, en su hábitat, como un escudo protector. Una generación que aceptó renunciar o retrasar más allá de los límites de la naturaleza la maternidad para mantener su puesto en carreras profesionales con techos de cristal tan pulidos que no veía. Una generación que cuestionaba las cuotas en un alarde de inocencia pensando que, en supuesta igualdad, el mérito siempre triunfaría. Una generación que, claramente, confundió sus prioridades, se equiparó al hombre y que se creyó que, si ellas estaban ya ahí, no podía haber involución posible. Una generación que jamás perderá el respeto al feminismo, cuyo valor ha estudiado y entendido, pero que, a pesar de ello, empezó a verlo como algo trasnochado porque se miraba en su espejo y no se reconocía ni en el movimiento de las antiguas feministas ni tampoco en las nuevas generaciones que agarraban una bandera con proclamas que tampoco la representaban. Una generación a la que sororidad sólo le recordaba los comentarios de texto de La Tía Tula de Miguel de Unamuno y que, mirando frente a frente a los hombres, cayó en el error de pensar que la mirada femenina y feminista no era necesaria, creencia que en muchas ocasiones se ha convertido en la peor enemiga de las mujeres y en la mejor aliada de quienes boicotean esa lucha por la igualdad real.

Esta generación se ha dado cuenta de que la igualdad que pensaba que había conquistado no era más que un cuento y que la palanca de cambio sigue estando en sus manos, no en la de los padres más comprensivos que jamás pudieron tener, ni en la de sus compañeros que de buen rollo comparten obligaciones y aficiones, ni en la de sus jefes que, por educación, evitan hacer la broma machista en las reuniones donde ellas siguen siendo minoría.

Las mujeres de esta generación, que es la mía, a ratos se callaron y hoy miran a sus hijas, y a ellas mismas, y saben que hay que seguir gritando, porque una cosa es dejarse oír y otra hacerse escuchar. Y para esto no sólo hace falta valentía y compromiso, también pedagogía. Y la primera lección empieza por nosotras mismas. Miro a mi alrededor y veo a mujeres que reniegan del feminismo, como si se tratase de una etiqueta devaluada, como si no fuera con ellas, cuando va con todos. Y también veo a otras que se arrepienten de no haberse dado la mano antes para defender esa mirada necesaria que sólo tienen ellas.

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