La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
Sigo homenajeando a los cofrades, especialmente a los oficiales de junta de gobierno y sus colaboradores, pocos en relación a las nóminas de las hermandades y no digamos a las multitudes que llenan las calles. Porque son los autores de la Semana Santa al convertir su hermandad en cofradía. Tiene la palabra Romero Murube:
"El sevillano, que ha metido, por medio de la cofradía, a Dios en su vida más vulgar y cotidiana, que lo lleva en la cartera, y lo tiene en la tienda del barrio, y en la esquina de la calle, tiene hacia divinidad un respeto matizado por una sublime familiaridad que solo puede nacer a través de la cofradía. Como mejor se observa esto es en esa visita casi diaria que el cofrade hace a su Virgen o su Cristo. Estamos en la sala de la Hermandad. Allí se habla de todo. Cada cual tiene su vida y sus problemas. (…) Inesperadamente ha desaparecido de la sala un hermano. Ha entrado en la iglesia, casi a oscuras. Ha llegado a la capilla de su Virgen. Hay una lamparita humilde, trémula, constantemente ardiendo. ¡Qué gozo para el cofrade sevillano, estar allí a solas con su Virgen, con su Cristo, casi a oscuras y en un silencio maravilloso…! Y surge la oración… El cofrade de corazón vive la Semana Santa todo el año, toda la vida" (Pregón de la Semana Santa, 1944). Y termino con el artículo, emocionante hasta las lágrimas, que Juan Sierra dedicó a un querido cofrade de su Barrio León:
"Amigo Pepe: la bondad y el arte son las dos razones más nobles de nuestra existencia; todo lo demás es pura química o ciega naturaleza. Y tú has contribuido a esas razones como mayordomo de la Virgen: de una Virgen que sale bajo palio en la Semana Santa de Sevilla. Esto es algo muy importante, aunque así no lo crean los enterados del mundo. Por eso este año, cuando Ella salga, cuando en la puerta surja la cara de tu virgen como una flor encendida de pena, (…) tú, desde el cielo, presidirás esta salida. Y recordarás la tarima, los carpinteros, la poda de las ramas que entorpecían la carrera; recordarás tu ir y venir de la parroquia al almacén y del almacén a la parroquia, con tus ayudantes, con tus chavales portadores de las insignias. Y sonreirás. Y aquellos trabajos tuyos, tan sencillos, tan buenos, tan humildes, tan necesarios, los ofrecerás ya muy de cerca a Cristo y a su Madre, para que rueguen por nosotros los que aún quedamos aquí abajo…" (El mayordomo, 1968).
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