Humanidad

A los que no olvidan al ser humano en su fragilidad y su grandeza. A tantos seres anónimos. Ellos nos salvan

No es una crisis humanitaria, es una cuestión de humanidad”. Las palabras del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, llevan días martilleándome en la cabeza, cuando pienso en Gaza y los bombardeos indiscriminados, cuando pienso en las víctimas de los terrorismos, también el de los Estados que no merecen tal nombre. Cuando he visto la imagen de esos dos influencers (ha llegado el día que escriba esa palabra sin retintín y con profunda admiración) que en la playa de Sancti Petri, en Cádiz, en lugar de hacerse un selfi viral, intentaron salvar a los migrantes que los mafiosos traficantes tiraban al mar como lastre. Y cuando en las últimas conversaciones que el oficio me ha regalado con gente inteligente los he oído reclamar el humanismo como supervivencia. Desde Kalifátides a Beevor, Encarna Lemus o Sergio Ramírez, todos hablan del humanismo civilizatorio que nos ha hecho sobrevivir como raza y que es la única certeza en la que deberíamos ponernos de acuerdo. Humanismo sin apellidos, luego cada cual que le ponga el propio, desde el de Comín (padre, claro) al de Garaudy, desde el de Russel al de Morandi bailando por Battiato. Humanismo que es poner la mirada en el ser humano. Ese humanismo que es, en carne y hueso, un hombre del que yo desconocía todo, hasta la semana pasada con el estreno del documental Riqueni. Al músico lo he visto siempre estremecida, pero, que me perdone Euterpe –la musa de la música– nada más conmovedor que el esfuerzo y el inmenso cariño del director del documental, Paco Bech, que ha pasado más de una década, no grabando la película, que era su intención, sino salvando a su protagonista. Hay que ser muy valiente para exponer la debilidad de la enfermedad mental y las adicciones, como ha hecho el guitarrista, pero hay que tener aún más coraje para estar detrás de alguien que, como el agua en las torrenteras, se escapa de los cauces tantas veces. Me dicen mis amigos que saben de flamenco que Bech es muy tímido y que a duras penas aguanta ser el foco de sus propios trabajos, así que debió pasarlas canutas la semana pasada en el estreno cuando le aplaudimos atronadoramente por habernos rescatado al artista y no únicamente con su peli. Los dedos de Riqueni nos llevaron al cielo, pero es el ojo de Bech quien le salvó a él de los infiernos. No me mentía Gervasio Iglesias –productor hiperproductivo– cuando me advirtió de que lloraría y no le defraudé, aunque en mis lágrimas había también enorme gratitud. A Bech y a él. A todos los que siendo influencers, maestros, periodistas, jueces o cornetas de banda cofrade practican la compasión como mejor expresión del humanismo. A los que no olvidan al ser humano en su fragilidad y su grandeza. A tantos hombres y mujeres anónimos. Ellos nos salvan, aunque no todos tengan su minuto de gloria.

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