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Desde el fénix

José Ramón Del Río

Imaginación fiscal

LA edad tiene ventajas, aunque éstas puedan ser pocas. Una de ellas es la memoria, que conserva los recuerdos del pasado que se han vivido. Gracias a su edad, Diario de Cádiz, que pronto cumplirá siglo y medio, puede publicar todos los días una noticia que apareció en sus páginas hace 125, 100, 75, 50 y 25 años y que selecciona para el lector, José María Otero. El otro día aparecía que, hace 75 años, en 1933, el Ayuntamiento de Cádiz había implantado un arbitrio sobre el toque de las campanas en las iglesias. Las cantidades a pagar dependían del número de las campanas de cada iglesia, con independencia de las veces que sonaran al día y del número de toques de cada ocasión. Para la oposición municipal se trataba de otra persecución más de los sentimientos religiosos de la mayoría de los vecinos, pero el alcalde, a la sazón Manuel de la Pinta, replicó que este impuesto sobre las campanas se exigía para seguir las normas laicas de la República.

Con independencia de la motivación de este original impuesto, es lo cierto que la Hacienda, el Fisco, ha tenido siempre mucha imaginación para establecer hechos imponibles o, lo que es lo mismo, para definir actividades por las que hay que pagar. Como ejemplo puede ponerse el arbitrio sobre plato único, o el del día sin postres, que se devengaban por el que no quería privarse del segundo plato o de la fruta. Como abogado del Estado fui durante muchos años el que redactaba y proponía la resolución que el Tribunal Económico-Administrativo tenía que dictar en las reclamaciones en materia de impuestos. Recuerdo lo imaginativo que fue un Ayuntamiento que estableció un arbitrio por la entrada de ganado en su término municipal, cuando advirtió que el más importante ganadero de la zona tenía los pastos en su término municipal y el abrevadero de su ganado en el municipio vecino, con lo que el impuesto se devengaba a diario.

Volviendo al impuesto sobre las campanas, me temo que la noticia que se publicaba en 1933 puede darle ideas a Zapatero, tan preocupado en subrayar la laicidad del Estado y en olvidar la religión de la mayoría. Es cierto que los impuestos pueden establecerse -como decía antes la ley- "para prevenir las costumbres (malas) del vecindario", pero no parece que repicar sea mala costumbre, máxime cuando el nivel de ruidos de las ciudades es muchas veces ensordecedor, y el tañido rítmico y monocorde de una campana de iglesia no es el peor de los ruidos. Es cierto que aquello pasó en 1933 pero después del impuesto vinieron los saqueos y la quema de imágenes, iglesias y conventos, por lo que la laicidad, que es de sí inofensiva, algunos acaban convirtiéndola en una bomba. Esperemos que esto no ocurra ahora.

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