La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
NUNCA te acostarás sin saber una cosa más. Cuando este aprendizaje se produce a través de la televisión, tal como está el patio, hay motivos para el alborozo. En contra de los detractores del medio, y de quienes piensan como Groucho Marx que la televisión fomenta la cultura por cuanto su evitación invita a leer libros, podríamos en enumerar muchísimos ejemplos de televisión que no avergüenza, que enseña además de entretener, que contribuye a la mejora del lenguaje.
En el último Palabra por palabra descubrí uno de esos términos que merece la pena compartir; "instilar". Me parece hermosa en la forma y en el fondo. Instilar quiere decir, en su primera acepción, echar poco a poco, gota a gota, un líquido a una cosa. Pero su segunda acepción, que es la realmente hace grande a la palabra, se refiere metafóricamente a ese proceso por el cual infundimos o introducimos sensiblemente en el ánimo una doctrina o un afecto.
Casi nada. Resulta que instilar, en ese sentido, no es más que lo que hemos tratado de hacer durante toda nuestra vida los docentes, padres o enamorados. Con perseverancia y con pasión. Con esa connotación tan maravillosa que tiene cualquier proceso que se lleva a cabo con mimo, con asiduidad, en pequeñas dosis, sin prisa pero sin pausa. Porque hay vocaciones que no se pueden detener. El lenguaje está repleto de hallazgos. El últimamente omnipresente José Mota nos regaló hace poco uno de ellos, tratando de poner en circulación un verbo que él suele conjugar muy a menudo: "destener". Un verbo inventado, este sí, pero que viene muy bien cuando, como hemos comprobado en las últimas rebajas, lo que impera es consumir, poseer, comprar por comprar. Mota invita a "destener". Entre intentar "instilar" y "destener" tendríamos dos objetivos para el nuevo año.
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