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Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

J'accuse

Francisco Correal ha sido, para muchos condenados injustamente, la voz amiga y valiente en el coro mudo

En su libro El juez justo mi compañero Francisco Correal realizó un minucioso retrato del magistrado Manuel Rico Lara, a quien una cadena de errores permitieron acusar en falso y procesar por el caso Arny, del que fue declarado inocente en 1998 tras sufrir durante dos largos años uno de los linchamientos mediáticos más vergonzosos de la reciente historia de España. Correal fue firme en la defensa contra el chacaleo de este humanista, pintor y melómano que dejó de acudir al Teatro de la Maestranza porque la gente se giraba a su paso para evitarle o no corresponderle el saludo. Las actitudes fariseas son una constante en todas las sociedades y la sevillana no es una excepción. Por eso corresponde a la educación y, desde luego, a la prensa, no exacerbar prejuicios ni mentiras que puedan lesionar la convivencia. Si tienen ocasión de ver la última película de Polanski, donde denuncia la injusticia cometida contra el militar judío francés Alfred Dreyfus, al que se acusó torticeramente de espiar en favor de Alemania, comprobarán que en todas las sociedades anida la hidra de la intolerancia y el odio, esa animadversión al otro que permitió que Francia entregara a miles de sus ciudadanos a los nazis en 1942 favoreciendo así su exterminio. La historia del caso Dreyfus está ligada, por fortuna, al célebre alegato que publicó Zola en el diario L'Aurore en 1898, ese "J'accuse" donde arremetió contra los errores del sistema que condenaron al capitán al descrédito y a cadena perpetua; una carta abierta al presidente de la República sin la que no hubiera sido posible la revisión del caso y la exculpación de Dreyfus pero por la que Zola fue acusado de libelo.

Sevilla nunca indemnizó por su linchamiento a Rico Lara, un hombre bueno y brillante a quien aquel caso de corrupción de menores en la recta final de su carrera profesional le destrozó la vida. Las hemerotecas guardan la memoria de las mentiras e infamias que se publicaron en 1996 como advertencia de lo que no debería volver a ocurrir pero no es suficiente. Ahora que la Asociación de la Prensa de Sevilla reconoce con su premio el talento, la autoridad moral y la dignidad de Correal recuerdo aquella tarde en que presentó El juez justo junto al abogado Francisco Baena Bocanegra, amigo fiel que llevó la defensa de Rico Lara, y cómo ambos le animaron a escribir sus memorias como una suerte de exorcismo, lo que cristalizaría en su libro Herido de vida. El papel del periodismo no es servir de correa de transmisión de los poderosos sino esclarecer las zonas de sombra y para eso debe asumir riesgos. En la estela de Zola, Correal ha sido, para muchos condenados injustamente, la voz amiga en el coro mudo de una sociedad que aún debe pedir perdón público por su caza de brujas.

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