EN el fútbol, también en el resto de deportes, hay muchos artesanos, algunos sublimes, otros buenos y otros no tanto. Pero de vez en cuando, rara avis, surgen guiados por su talento innato unos artistas deslumbrantes, que son los que realmente atraen a los aficionados como la luz atrae a los insectos. El personal suele convencerse de ir a un estadio de fútbol, con lo incómodo que es, lo caras que son las entradas y lo bien que se ven ya los partidos en casa, por el amor inmortal a unos colores, pero también por el poder cautivador de los intérpretes excepcionales.

Y hoy lunes, un enorme vacío queda en la Liga de Javier Tebas con el adiós de dos de los grandiosos concertinos de este siglo XXI en el fútbol español, Joaquín Sánchez y Karim Benzema.Ambos fueron construyendo dos museos de obras de arte tan excepcionales como efímeras. Quien veía una finta grácil y ligera como el mismísimo viento de Joaquín en una esquina para embocar el área con la cabeza erguida, sabía que su carácter efímero agudizaba la fortuna de haberla disfrutado en vivo. Como una media verónica de Curro o Morante. Joaquín se ha hartado de pintar esos cuadros efímeros en todos los rincones de España, desde la Málaga picassiana donde debutó en Primera a la Valencia de Sorolla donde también lo veneran. Entre pintores luminosos anda el juego.

El finísimo pincel y el genio inmarcesible de Karim Benzema ha dibujado trazos de arrebatadora elegancia en las batallas más épicas. Cuando el Madrid ha tenido que abrir su corazón tallado en la pura épica, ante ejércitos incluso más armados y numerosos, el callado artista lyonés ha puesto la nota de distinción en el fragor de la batalla. Y el enemigo ha acabado postrándose casi siempre.

Cuánto nos han hecho disfrutar estos excelsos artistas. Hoy amanecen cerrados dos museos. Nos queda paladear desde la memoria esos cientos de cuadros efímeros.