La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Se buscan mordazas para los obispos
Para los habitantes de la capital hispalense, las arenas de Huelva y Cádiz constituyen el punto de encuentro más cercano con el mar en el que surgió inicialmente la vida. En mi recuerdo, uno de los primeros contactos directos con esa zona fue un viaje con mis padres a Valdelagrana, una de las playas de la localidad de El Puerto de Santa María, como es sabido por una gran mayoría de lectores.
Precisamente en la costa gaditana, y conmovido en la esfera íntima por el vértigo de una situación inesperada, desperté el primer domingo de junio, antes de conducir de vuelta para no perderme el adiós de un ilustre portuense a su profesión.
Me refiero naturalmente al personaje cuyo nombre nos sirve de título y que, con su participación en un choque intrascendente de cara a las aspiraciones de su escuadra, reunió en torno a sí a más de 54.000 seguidores que no pararon de corear alabanzas a su rango de capitán. Una noche en la que no sólo las lágrimas del deportista fueron las únicas que se derramaron, por motivo de la intensidad ambiental.
Igualó el veterano jugador bético, con su alineación en la última jornada liguera, la marca de partidos de Andoni Zubizarreta. Fue aquél un portero excelente, nunca suficientemente valorado por el grueso de la afición, como tampoco el mismísimo Joaquín por la mayor parte de seleccionadores, quienes desperdiciaron la oportunidad de aprovechar su deslumbrante talento en beneficio del combinado nacional.
No sería honesto si no entonara mi particular mea culpa a la hora de evocar menosprecios a esta leyenda del fútbol. Cuando poco antes de cumplir los treinta y cuatro, fichó por tres temporadas por el club que lo había formado, tras nueve campañas vistiendo sucesivamente las camisetas del Valencia, el Málaga y la Fiorentina, me posicioné con los socios que renegaron de la operación, temiendo que se hubiera procedido a la firma de una figura acabada. Ocho años después, no hay argumento posible que encubra nuestro clamoroso error.
Hasta el mismo día de su retirada, Joaquín ha sido un ejemplo para las nuevas hornadas de practicantes del balompié que presta apellido al Betis de su alma, cuya grandeza no se mide en función de galardones, sino en el compromiso inquebrantable de las generaciones de hinchas que lo han apoyado en las duras y en las maduras, haciendo honor al castizo manque pierda propio de su lema.
Más allá de su faceta deportiva, Joaquín se ha convertido en un animal mediático, gracias a su condición de estereotipo hiperbólico del guasón andaluz. Aunque sus excesos en esa vertiente personal han servido de carnaza a sus detractores, quedan estos empequeñecidos ante el reconocimiento mundial a su trayectoria. Bien lo saben los parroquianos de la peña bética del barrio de la Feria: allí, un equipo de la BBC puso una tarde a prueba mi corta capacidad de expresión en inglés, para un reportaje sobre el pelotero verdiblanco. Mal rato, del que guardo el modesto orgullo de la emisión de un fragmento de mi intervención.
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